viernes, 31 de octubre de 2008

TELE-GOTHAM

Hola, ¿qué tal?

El próximo viernes es el día de Halloween, día de disfraces, jocosos momentos (a pesar del motivo)y alegrías varias, así que qué mejor que esta semana para contar este capítulo que, como no, tuvo lugar en el pizzeril mundo... submundo sería más fiel a la realidad.

Érase que se era un sábado (¡oh, Dios, no puede ser!, ¿te pasó algo un sábado? ¡Qué cosas tiene la vida!). Ese sábado, además, pertenecía a Don Carnal por lo que, dada la naturaleza exhibicionista del ser humano, fue excusa más que válida para animarnos a ponernos en ridículo y vestirnos de lo que siempre quisimos ser y nunca nos atrevimos a decir. Quizá por eso yo iba disfrazado todos los días del año; de pringado, concretamente. Sí, ladies and gentleman, hay hombres que hubieran querido ser mujeres (de la calle en su mayoría, aún no me lo explico), otros se decantaban por superhéroes, los había que soñaban con ser famosos. Yo, según esa teoría, siempre había querido ser un pringado... [Qué suerte tenía, llevaba ya unos años cumpliendo mi sueño, día a día, no fuera que se me olvidase].

El caso es que aquel sábado se organizaron diversos actos para conmemorar tan festivaleras y populachas fiestas en una zona habilitada al efecto situada junto a la pizzería, así que la cantidad de clientes que hubo fue enorme, de hecho fue más de lo que podíamos tratar con unas condiciones mínimas de calidad. Esto lo digo yo; el dueño decía que todo aquel al que se le puede sacar el dinero era un cliente tratado con calidad. Cosas de jefes (así me iba a mí en la vida...). Según avanzaba la noche, la acumulación de gente en el local (y por extensión los nervios, las prisas, la falta de educación y la impaciencia) iban creciendo de forma exponencial.

Además, aquel sábado (siempre sábado) tuvimos la clientela más selecta del año: Batman, el ratoncito Pérez, Aladdin, Mickey Mouse, Piolín, el Correcaminos, alguna princesa encantada, no sé cuántos Beckhams, algunos guardias civiles, un par de forzudos de lucha libre, superhéroes diversos, Popeye, varios Bisbales y hasta un par de fulanas.

Iba tanto el cántaro a la fuente que al final parió la abuela, y es que a quien madruga que ciento volando... Todos los que estábamos allí, dándolo todo, teníamos la convicción de que el trabajo iba saliendo de manera más o menos aceptable a pesar de todo hasta que Batman nos hizo ver a todos que no. Su batpaciencia se acabó en el momento de que su pedido, el número 39, aún no había salido del horno mientras que sí lo habían hecho el 40, 41, 42 y 43. Dado que llevaba ya un batrato esperando y que los demás clientes comían con un ansia desagradable y sonriendo al tendido, el hombre murciélago estalló. Empezó a batcagarse en la perra maldiciendo a todo cristo y exigiendo su batpizza a la voz de ya.

Dado que la persona que en ese momento estaba atendiendo al público era una chica joven, nueva en el puesto, muy paradilla en su forma de ser, y muy bajita en el cuerpo, el bueno de Batman se la iba a batmerendar aderezándola con unas hojitas de lechuga y quizá alguna rodaja de tomate, según tuviera el apetito. Así que un servidor, como buen tonto por naturaleza y educado por aprendizaje salí en auxilio de la pobre futura cena de Batman.

[Aviso a navegantes: si alguna vez tenéis a Batman enfrente, mosqueado y hambriento, ya puede ser Liv Tyler la que esté en peligro (que con lo malas que son, encima luego no os lo va a agradecer como se debería): pasad de largo silbando alguna canción de los Chichos y mirando a otro lado, o en su defecto haciendo que leéis –cabeza agachada- algún sms del móvil, silbando siempre].

Recordemos : tonto+educado= Rober (= problemitas problemones). Se cagó la perra.

En un principio intenté emplear modales adecuados a una relación empleado-cliente. Agua. Luego intenté calmarle diciéndole que no nos faltara al respeto a ninguno de los que allí estábamos trabajando, y que si no estaba a gusto con nosotros, eran muchas las pizzerías a las que podría acudir. Agua. El chavalote empezó a faltarme al respeto, y luego al resto de compañeros: que si tu pizza es pequeña, que si no cumples con los tiempos esperados, que si hay otros que tienen más pizzas gordas que la tuya, que si la pizzería de enfrente sí que tenía un buen chorizo y no el de aquí....

La perra no se estaba cagando, se estaba yendo por las patas ya. Artillería pesada: pues tú eres un superhéroe de mentira porque Superman vuela y Spiderman trepa, pero tú... ¿tú qué? Tú te limitas a fundirte la pasta en cachivaches, sin más. Así que cuidadito porque esta semana el Euromillón tiene bote; como me toque yo también seré Batman.... Tocado.

No sé qué de mi madre y la batporra me dijo el truhán. He aquí una estrategia para cuando queráis sacar a alguien de sus casillas mientras vocifera cosas ininteligibles: le miras fijamente, sonríes y muy, muy despacio te pones los auriculares del mp3 y también muy, muy despacito –siempre sonriendo- le empiezas a cantar cualquier canción de Andy y Lucas, acompañándolo con silbidos rítmicos las partes instrumentales. O te mata o te asesina; eso no puedo predecirlo, adivino no soy. Sólo tonto y educado.

Así que estaba Batman a punto de batestallar cuando aparece, en segundo plano, atención, ....chánan chánan... con todos Ustedes.... ¡¡Supermaaaan!!. Aparece Superman pidiéndole con toda la educación que recibió en Krypton que por favor se calme.

Batman se gira, lentamente, muy lentamente, con la mayor mirada de odio que jamás he visto (y he de decir que los sábados a eso de las 6 de la mañana, cubata en mano y menopea en cuerpo me he llevado una colección de ellas muy digna de tener en cuenta), y con una sonrisa que hubiera asustado al mismísimo Jason, el hombre murciélago mira al volador y las palabras que se oyó en aquel momento, de la pura brutalidad, de tanta violencia como llevaban, dejó sordos de por vida a cuantos las escucharon. Afortunadamente yo seguía tarareando “... tanto la quería, tanto que yo....”. Este Lucas.... ¡qué salao! (es que Andy es más paradillo pero también es majete, que conste).

Debe ser que Batman había quedado o algo porque en España no se concibe una pelea sin los patéticos previos empujones flojeras y los “¿qué quieres?, ¿qué te reviente?”. Él los obvió y pasó al puñetazo (si a mí me tocaba el Euromillón me compraría el batmóvil, sí, pero esas bathostias de momento no las iba a dar). Superman, al suelo del tirón. También debería llevar prisa porque todos sabemos que hasta que uno de los dos contendientes no cae no empieza la pelea propiamente dicha. Y éste ya estaba rodando por el terrazo, también tendría ciudades pendientes de salvar.

Así que allí se montó la marimorena. Resulta que tanto uno como otro venían con sus respectivas familias, que iban vestidos a juego con el padre de familia (el espectáculo era, directamente, cochambroso -en la peor de las acepciones, además-).

Según se levantó Superman, por si alguien no lo sabía aún, se dieron todos los elementos que identificaban aquélla como una pelea española: a) el resto del personal allí presentes, familias incluidas, se retiran dejando el espacio necesario para que se revienten a hostias, b) el caído, al levantarse, suelta una frase del estilo “chavalote, chavalote, ahora sí que la has cagado”, c) el que ha soltado el mamporrazo entra al trapo, al trapo entero, con un “¿sí?, pues ya se lo comento a tu madre cuando la vea esta noche a ver qué me dice....oh, no, que ella no va a poder hablar...” y d) todos los que formábamos el punto a) metimos mierda con frases del estilo “al lorooooooooo; eso a mí no me lo diceeeeee”.

Pues sí, se dieron de lo lindo. Puñetazos, por descontado, empujones contra la pared y posteriores caricias con el envés, también. La pelea duró un único asalto, lo que tardó Batman en pintarle la cara al Christopher Reeve torrejonero. Le dejó para un cuadro al pobre. La pelea incluyó una silla voladora que Batman estuvo a punto de recibir en plena cara pero que evitó con un ágil movimiento, una encargada que acabó desmayada y desangrada cuando intentó separarles y que se llevó un golpe en la cabeza como respuesta, unos niños que se llevaron varios codazos por pura mala suerte y unos trabajadores que, entre acongojados y curiosos, dejaron de ser máquinas de hacer pizzas para ser espectadores de lujo y que por tanto dejaron a media ciudad sin cenar, en sus casas y en el local. Así nuestros clientes mantendrían el tipito. Fue por ellos. Qué majos somos, oye.

El caso es que alguien había llamado a la policía local una vez que veíamos que perdíamos al superhéroe por excelencia. Aquí llegó el colmo de los despropósitos: yo no tengo nada en contra de las mujeres, ni de las bajitas (de hecho, creo que son todas las bajitas en general, y las mujeres en particular las que tienen algo en mi contra, pero esto ya lo explicaremos....) pero el hecho de que para una pelea de dos tíos hechos y derechos, y con una mal yogur de flipar manden a dos agentes femeninos de 1.55m. no sé, no soy ingeniero, pero para mí que no. Le veo lagunas.

Así pasó. Llegaron ambas a la puerta de la pizzería y vieron las hondonadas de hostias que dentro se repartían. ¿Qué hicieron nuestras amigas?:
a)Se quedaron fuera, temerosas de entrar.
b)Entraron disparando a todo cuanto ser vivo se encontraba dentro y dejaron aquello más despejado que la frente del calvo de Telecinco.
c)Sí.
d)110 km/h. en autopista; 50 km/h. en ciudad.
e)Entraron valerosamente y con un movimiento inteligente y habilidoso llegaron a reducir a ambos hombres que...bueh, no termino, que ni yo me lo estaba creyendo.

Pues sí, la respuesta correcta es la a). Les faltaba una bolsa de pipas a las agentes de la autoridad. Esperaron a que Batman se despachara a gusto con su contrincante de cómics (y ahora de peleas reales) y una vez que el de Krypton salió escaldado, ensangrentado, cojeando y medio mareado, llevando tras de sí a su súper familia, esas dos aguerridas policías entraron en el local voz en grito: “Vamos, quieto todo el mundo”. No le hicieron caso ni los niños pequeños que allí estaban (y que dado como eran ellas, eran casi igual de altos que las pobres agentes).

Cuando todo el mundo pensaba que al menos iban a detener al salvador de Gotham, llegó éste, las miró y las preguntó a ambas qué estaban mirando. Ellas, por el poder que les había otorgado el Estado le contestaron “anda, anda, tira, no sea que al final nos cabrees...”.

Había que joderse. Sí que eran duras... A lo mejor había que descuartizar al Capitán América y meter los trozos en las pizzas para que esas fieras se cabreasen, ¿no te jode?.




P.D.: A mí lo que me cabrea de esta historia es que a ellas les pagamos todos nosotros, Superman incluido.

lunes, 20 de octubre de 2008

SÍ DEBO

Gelou jenteziya:

Hoy toca hablar de lo tontos de capirote que somos cuando nos juntamos en manadas/piaras/rebaños/bancos/jaurías (táchese lo que no proceda, aunque en este caso procede todo). Si ya yendo solos damos un poquito de cosa/grima/mal fario/desaprensión, en conjunto es para ponernos a buen recaudo.

Por supuesto esto no va por ti, ni por mí. Son los demás, el resto del mundo. Qué suerte hemos tenido que no nos ha tocado, faltaría más. Es que hay cada uno suelto… cómo están las cabezas, la gente está cada día peor, yo no sé en qué estarán pensando.

Pues hete aquí que un sábado (siempre son los sábados, cualquier día comienzo un estudio, por qué los sábados, ¿es que los martes somos normales?, ¿qué ocurre los jueves que no nos pasa nada…?). Decía que érase otro sábado, éste veraniego (yo y mis inútiles recuerdos imperecederos) en el que he de llevar una pizza a un cliente (¿sí?, ¡no me digas!).

La dirección era un hotel conocido en mi pueblo (perdón, ciudad, que entre todos somos ya más de 100.000 almas… cuerpos, que desalmados han llegado muchos últimamente). Hasta aquí, todo más o menos normal. El hecho de ir a un hostal/hotel/posada/bar/restaurante (sí, restaurante) pizza en ristre y ataviado con ese siempre elegante chubasquero roído era augurio de algo, bueno o malo, pero augurio (al tiempo, ya daremos debida cuenta de ello). Así que allá que iba yo, al hotel de marras dispuesto a no sufrir mucho o al menos lo justo en estos casos.

Llego a la recepción donde había de preguntar por el nombre que habían dado. En condiciones normales el recepcionista malhumorado que tiene turno de fin de semana (si yo me hubiera malhumorado por cada turno de fin de semana se me hubiera quedado el rostro de Clint Eastwood para los restos) te informa de que has de subir a la habitación número tal o si no, llama a la habitación tal y baja el cliente cual (generalmente con unas pintas que ni en su casa se permitiría).

Pero, como se puede adivinar, si esto está aquí escrito es porque esta vez, no. No iba a ser tan cómodo. Esta vez no me limitaría a subir a una habitación donde dormí... donde compartían cama tres (dos más uno, el sexo del dos y del uno era variable; esta situación era más común de lo que uno puede llegar a imaginar). Esta vez tampoco bajaría nadie con un pijama de Bart Simpson y las pantuflas del Sporting de Gijón. No.

En ese pedido debía ir al Salón Michelangelo... ¿?¿?¿?¿?. Sí, esto fue lo que dije. Debió ser con acento tejano porque el recepcionista me preguntó qué había dicho (los recepcionistas sólo suelen saber inglés y francés, el tejano no lo dominan mucho. Lo repetí en santo cristiano y esta vez incluso yo me entendí: “¿Qué me estás contando?”.

Me estaba contando que debía entregar la pizza en una boda. Se habrían quedado cortos con el chuletón, quizá. Qué mejor que resarcirse con una pizza mediana para los 200 que podría haber allí dentro…

Como ya comenté, ingeniero no soy, y la vida está muy dura (ya estaba aquel sábado). Debido a que mi media naranja, la que me tiene encadenadito y me tiene frito con los pagos, y que según están las cosas es mejor no jugártela con los empleos, decidí no darme media vuelta. Mi media naranja nunca lo haría; de hecho, siempre tira para arriba, nunca retrocede. Concretamente ahora está en 5,345%. Así que por temor al EURIBOR (¿qué?, cada uno elige con quien quiere malgastar su existencia…) decidí echarle arrestos, coger al toro por los cuernos y enfrentarme a la granja que allí me esperaba, con sus becerritos, mulas, vacas, ovejas y perritos falderos.

Aún recuerdo perfectamente el momento de bajar las escaleras de camino al salón (sí, a los animales se les esconde todo lo posible): parecía esos concursantes que desaparecían tras una nube de polvos y despedidas de Bertín Osborne (¿polvos de Bertín Osborne?) y salían cual estrella mediática anhelada por todos los presentes. Pues sí, fue abrir la puerta y menuda ovación me llevé. Había llegado el monito de feria. Todos a jugar.

La risa que se oyó fue el mayor ejemplo de alienación humana jamás acontecida. Unas 300 personas que se descojonaron al unísono, con la misma fuerza, la misma intensidad, la misma duración y el mismo tono. Si fuésemos así en el noble acto de fornicar, los orgasmos simultáneos dejarían de ser exclusivos de Hollywood.

Seguro que a Chayanne le ha pasado así que no le preguntaré a él, pero ¿cuántos de vosotros os habéis visto en la tesitura de estar frente a un rebaño, todos mirándote, y todos esperando que digas algo?, ¿cuántos habéis estado en el centro de un huracán social en el que tienes que estar a la altura de las expectativas?. Hay que tenerlos muy puestos para no darte media vuelta o no aparentar que eres sordomudo. Los tuve puestos. Mi cielito, mi tocinito de cielo (por las nubes está hoy ya), mi tesorito (dados los precios), mi corazoncito (y mi riñón, ambos son suyos), mi media naranja (o toda entera), mi EURÍBOR me acompañaba.

Y el tío de la novia, el gracioso que hay en toda boda, también.

Ja-ja-ji-ji, risas mil al verme. Se cansan del descojone y parece que las fieras se apaciguan y una voz al fondo del salón (siempre al fondo) me dice que vaya para allá. Para allá voy. Y al llegar a aquel hombre, aparentemente normal, sin taras, resultó que no, que el tío (atención, no quiero que aquí nadie se muera de risa de la enorme gracia, la risión infinita que esto puede provocar) se rebela como un profundo subnormal de grado 8: que no, que él no la ha pedido… y jajajajajaja. (el resto de asnos le imitan en su rebuzno carcajadesco).

Qué risa, ¿eh, amigos? Cómo podrá haber tanta diversión en el mundo, yo no me lo explico. Qué afortunados somos de poder compartir el planeta con semejante genio del humor.

Si alguien ha visto la serie de dibujos Bola de Dragón, a Goku se le va poniendo el pelo amarillo según le tocan los cojones (en la serie lo maquillan, según triunfa el Mal, dicen. Ya). A mí me estaba empezando a clarear.

Todos somos iguales hasta que se demuestre lo contrario. Aquí no se demostró, todos somos iguales… en cuanto a retraso mental se refiere, con el matiz de que el grado de falta de riego varía de unos elementos a otros: la tontería del “ven aquí que la he pedido yo” la repitieron varios de los asistentes. Aquello parecía una trama perfectamente urdida para que el monito de feria saliese de allí humillado: me llamaban desde la otra punta del salón. Medio Camino de Santiago me hice en aquella boda.

El pelo se me puso rubia platino. Iba a haber un sorteo de tres hostias a mano abierta y el menos pensado se iba a llevar el premio gordo…

La otra mitad del Camino la hice siguiendo como un pardillo los dedos alzados de quien seguían solicitando la ya helada pizza (también me pasó en mi infancia motera; esto sucede hoy y sí, acabo en la trena, pero el pedido me lo ventilo en cinco minutos). Hasta que ya me tocaron los bemoles, esos que tuve para no hacerme el sordomudo y pegué un grito allí en medio, mirando al tendido: “Bueno, ¡¿quién ha pedido la pizza?!”.

En qué hora.

Era precisamente lo que quería la masa: espectáculo del bueno. Monito de feria disfrazado de monito de feria con ganas de dar un espectáculo de feria propio de un monito de feria. Las carcajadas se multiplicaron y la gente seguía pidiendo la pizza. Hay alguno que no se da cuenta que cuando se repiten 369 veces la misma gracia (y esto no era ni gracia, yo ya tenía el pelo rubio putón) pues a lo mejor pierde su efecto cómico. A lo mejor.

Una vez tuve el pelo albino Copito de Nieve, y viendo que me iba a pagar la pizza mi señora madre, decidí que de vacío yo no me volvía. Llevaba un cuarto de hora largo andando. De haberlo sabido me llevaba un pulsímetro y al menos así sabía cuántas calorías había quemado.

Los pobres novios habían vivido toda la escena en silencio, sin unirse a la fiesta. Me atrevería a decir incluso que tras las 3.000 primeras veces de hacerme recorrer el salón cual irrespetuosa gymkhana, empezaron a dejar de verle la gracia.

Así que, tras echar unos gemelos que ya le gustaría tener a Induráin, y viendo que aquel bucle tenía aspecto de ser infinito, decidí que si querían espectáculo, lo iban a tener. Alguien dijo una vez que tendemos irremisiblemente a hacer lo que se espera de nosotros (se comenta que Pocholo se escuda en ello para utilizar el nasal orificio como autopista de ambos sentidos). Pues el monito de feria iba a hacer de monito de feria.

Cogí una silla libre, me acerqué a la mesa de los novios, hice hueco entre novio y madrina y siempre con la más exquisita educación tomé asiento. Está demostrado que con un “con su permiso”, dos “disculpe” y tres “buenos días, señora” se puede llegar lejos, muy lejos. Hasta una mesa nupcial, por ejemplo.

Hice hueco, dejé la pizza en la mesa, junto a los entremeses y acto seguido, arremanguitis y a dar cuenta de los langostinos. La pizza salía por unos once euros, así que ésa era la cantidad de langostos que se iba a meter Rober entre pecho y espalda. Dado que en el Carrefour está el kilo a unos seis-siete euros, imagínese la audiencia el atracón que disfruté.

Yo avisé al novio lo que iba a tener lugar: un trueque alimenticio en toda regla, le pareciera bien o no. Tenía unos invitados que no merecían otra cosa. Y así fue, empacho del quince. Y los novios (majos donde los haya, espero que no se hayan divorciado ya) acabaron con la pizza más rápido que los comensales acabaron con mi paciencia. ¡Vaya dos bocas hambrientas había allí! (y no lo entiendo, porque madre del amor hermoso cómo estaba el marisco; así da gusto tener la gota).

Así que ahí, en ese momento, la plebe, el vulgo, tuvo su carnaza: un pizzero mosqueado comiéndose el primer plato del menú en la mesa de los novios mientras padrino y madrino le miraban con mala cara y peor pensamiento (he de comentar que el chubasquero emitía un olor digno de ser sometido a estudio; los jefes siempre decían que era por los grasas, mezcla de alimentos, humos del local…. Patrañas; el olor venía ya de serie y era para que viniese con una pinza para la nariz, también de serie).

Total, que la parejita acabó pidiéndome que me pusiera en medio de ellos, y los quince minutos de fama que todos tenemos según Warhol, en mi caso, fueron en un banquete de boda entre dos jovenzuelos que dejaron de ser protagonistas el día de su propia boda.
Me hicieron más fotos en aquellos minutos que en los 26 años anteriores de vida (algo comprensible, por otra parte, pero no estamos aquí para criticar defectos personales; para ello ya están la televisión viernes y sábados por la noche). Incluso la gente llamaba por el móvil para contar al resto del planeta, desgraciados ellos que no podían vivirlo, lo chistoso del acontecimiento.

Salí de allí con una ovación que José Tomás aún no ha vivido…



Ya lo decía mi madre: no somos nadie.

miércoles, 15 de octubre de 2008

GLOBALIZACIÓN

Buenas-buenas:

He aquí una nueva ocasión en la que arriegué el pellejo más de lo que esta estipulado en mi contrato. Nunca la llegué a ver pero supuse que la subida de sueldo que recibimos la última vez (venía firmada por el mismísimo ministro Boyer) tuvo que contemplar una asunción de riesgos laborales propios del cargo (si a este empleo se le puede llamar “cargo”). Pero creo que el insulto desmedido y la amenaza de muerte no estaban en esa subida. Eso lo iban a incluir en la siguiente subida, la de 2019, según me dicen mis fuentes (siempre he querido decir esto, y al igual que los periodistas no existen tales fuentes; es que queiro dar mi opinión personal y no tengo lo que hay que tener para decir que es cosa mía).

El caso es que esto aconteció, al igual que el capítulo anterior en sábado futbolero. Madre mía, la de partidos que me habré perdido por dar de comer a las gentucillas varias del pueblo mío de mis amores. Fue un sábado nocturno de algún partido del siglo cualquiera. Sólo sé que jugaba el Madrid; de lo demás no sé nada, salvo que sería un partido interesantísimo puesto que la cantidad de trabajo era ingente, se había coordinado más gente que en las huelgas generales de este país para tener hambre todos a la vez y además tener todos antojos de pizza.

Como me consta el nivel de alguno [plural en singular que incluye ambos sexos (el mío y el del resto)] de los lectores de este blog (no seamos ególatras, hay quien no se ha de dar por aludido/a, no siempre vas a ser tú), he de decir que cambiaré el nombre de la calle en que ocurrió el suceso. Lo sé, es extraño que no sea así, pero “Pelopicopata” no es un nombre real de calle. El resto de datos sí que obedecen a la sorprendente realidad.

Érase que se era un lluvioso sábado futbolero de muchísimo trabajo. Un servidor lleva un pedido más, a Pelopicopata, 2 1º C. He de decir y digo que se trata de un barrio conflictivo y a pesar de haber sufrido algún capítulo digno de contar (ya aparecerá aquí, ya), era un viaje sin mayor transcendencia ni peligro salvo el asfalto mojado tras la tromba de agua que llevaba todo el día cayendo.

Llego al portal, llamo al telefonillo (siempre me he preguntado por el nombre de este artilugio: ¿telefonillo?, ¿cuándo han sido los teléfonos de las casas cuadrados, con ventanitas y botones perfectamente colocados?, ¿cada botón era para llamar a una habitación? ¿Y los telefonazos? Mejor dejarlo ahí, no sea que hallemos la respuesta…). Tras llamar, me contestan con el siempre cálido “¿Siiiiiiiiiiiiii?”. Que ésta es otra. Ya haremos una tesis sobre contestaciones telefonilleras (es curioso cómo con un “¿Quééééééééé?” es posible saber si el cliente acaba de triunfar con su pareja, si está en mitad de una discusión, si su equipo de fútbol acaba de meter un gol o si, simplemente, te has equivocado de casa; otro día sorprenderemos con nuevas y revelantes investigaciones).

El caso es que la contestación ya, de entrada, era cuando menos intrigante. Tras decir el preceptivo “Buenas noches T--------“(no seré yo quien haga publicidad gratuita, no sea que suban las acciones en Bolsa y ahora que yo pensaba comprarlas todas se me fastidie mi futuro retirado del mundanal ruido). La mujer que estaba en su casa me dice que ella no ha llamado. Como siempre en estos casos le repito la dirección, no fuera a ser que yo hubiera llamado a otro piso qué sé yo, pensando que Angelina Jolie por fin se había dado cuenta de que yo la convenía más que Brad. Me dice que sí, que la dirección es ésa pero que ellos no han pedido nada. Vuélvome a la tienda, llámole al cliente telefónicamente para que me confirme la dirección.

Me la confirma. Es correcta.

Vuelvo al lugar del crimen. MIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIC. “¿Siiiiiiiiiiiiii?”Una ventaja de este ¿trabajo? es que te da una agudeza auditiva sin parangón. Cuando oigo que la contestación me la da la misma mujer que antes, un poquito de mosqueo sí que tuve. Pero puse voz de hombre (este truco ya lo explicaremos, ha salvado vidas) y dije otra frase similar pero no igual. La dulce clienta de Pelopicopata me espetó con un “Jooooooooooooder. Ya ha venido un compañero tuyo y NO HEMOS PEDIDO NADA”. Bien; ahí aprendí que yo era capaz de poner voces y pasar la prueba. Pero no, no era capaz de entregar una maldita pizza.

Yo ya chorreaba; intuía que la pizza hacía un rato que también. El cajón de la moto es un prodigio de goteras, filtraciones y huecos varios. Vamos, que se comenta que utilizan estos herméticos artilugios usan para traer osos panda desde China; no es que tengan hueco para respirar, es que pasan frío los pobres animalitos. El portal tenía un techo bastante amplio, bajo el cual había dejado la motoburra aparcada. Comprobé que la pizza no respiraba: estaba pasando frío. No es que le hubiera afectado la lluvia, es que si tenía que volver a aquella casa, en el siguiente viaje ya le llevaría una pajita para tomarla.

Total, que como un dejavu cualquiera, siento que lo que me está pasando ya lo he vivido: vuelvo a la tienda para que el cliente me confirme la dirección. Me la confirma. Aquí aprecio que en aquella casa él coge el teléfono y ella el telefonillo. Sabemos quién manda. Hablo con el que lleva los pantalones en casa:

-Buenas noches. Le llamó de XXXXXXXXX (no es porno, salidos); llamaba para confirmar la dirección puesto que el repartidor ha estado allí dos veces y dice que le han dicho que no es correcta (sí, inculpo a “el repartidor”, ficticia 3ª persona; esto es válido por si hay bronca telefónica, luego, al llevar el pedido le doy la razón al cliente diciendo que el de la tienda era un gilipollas…. (todo por la propina)).

-Buenas. Ya ha llamado antes, ¿verdad? Pues como le dije antes, C/Pelopicopata, 2 – 1ºC. Aquí no ha venido nadie y no hemos oído moto alguna por aquí y créame que la hubiéramos oído, que estamos en la terraza esperando la cena.

Le comenté que sí que había ido alguien, un honrado pizzero que (por lo visto) había hablado con su mujer por el telefonillo y que ella le contestó que no habían pedido nada. El hombre, con malísimos modales nos dijo que no había llamado nadie y nos tildó de inútiles y nos dijo que no esperaba que le atendiese ningún ingeniero pero es que no valíamos ni para estar en una simple pizzería…

Vale, no soy ingeniero. Pero para una simple (y hasta para una compleja) pizzería yo sí que valía. Llámame mono, pero no me tires cacahuetes. No toques (no mires, no huelas, no pienses) en mi ego pizzeril, en mi honor motorista, en mi valía como repartidor, porque se puede liar parda, es más que posible que se cague la perra y lo que es peor, pudiera ser que fuésemos pocos y que pariese la abuela. Allí mismo, delante de nosotros.

De todas formas, allí algo no cuadraba. Que no habíamos hablado con nadie, decía…Caían chuzos de punta y el colega estaba esperando en la terraza. Estos datos eran extraños si bien no eran significativos, habida cuenta de dos clientes que teníamos en cartera: uno siempre pedía la pizza los jueves, a la 1 de la madrugada, en medio de un parque fumándose un canuto, en manga corta. Una vez, nevando, yo llegué allí con dos pares de guantes, el pijama debajo, sabe Dios cuántas sudaderas y hasta gorro de lana. Si el muñeco de Michelín, al verme, me dio el teléfono de un experto en adelgazamiento… El colega aquel del parque ese día sólo dijo “Uy, hoy parece que refresca…”. Habrá muerto de calor cualquiera de estos inviernos que estuvimos a 5 ºC. El otro cliente (palabrita del niño Jesús) nos hacía entregar la pizza en la calle trasera a su casa (era una casa baja) para que la empresa de la competencia (sí, otra simple pizzería) no supiera que a veces les traicionaba. Era un hombre mayor que siempre había pedido a los otros hasta que un día probó nuestras pizzas y le gustaron más. Sin embargo se sentía responsable de tan alta traición. Seguro que KGB, MI6, CIA, Mossad y la T.I.A. le seguían los pasos al sin escrúpulos ése…

Volviendo al húmedo sábado, emprendí mi tercer viaje a aquella casa. Qué dura es la vida del pizzero. A ver qué le decía yo ahora. ¿Buenas noches?, ¿Hola qué tal?, ¿Qué hay de nuevo, viejo? Con dos bemoles llamo a ese conocido telefonillístico botón (creí ver mis huellas dactilares ya impresas en él) y ahí ya no hubo conversación virtual. El contacto humano es el mejor contacto posible, debió pensar la mujer así que para qué las tonterías: bajó al portal a conocerme (lo entiendo, es que estoy para conocerme). Creo recordar que “guapo”, “bonito” y “majete” no salieron de su boca. No sé qué de me iba a meter la pizza por no sé dónde y no sé qué de mi madre y la Casa de Campo.

Pues hombre, de naturaleza violenta no he sido nunca. Ahora bien, si hablo con educación, estoy en un trabajo aguantando carros y carretas, soy respetuoso con la gente y ponen en duda la honradez de mi madre (aviso a navegantes), quizá haya algún orificio corporal al que puedo darle, también, la función de entrada.

Como quiera que la mujer bajó con dos chavales jóvenes, probablemente sus hijos, y uno de ellos me dijo que si quería pelea, pues claro, aquello acabó como preveían las apuestas (en la tienda estaba 12 a 1 a que había hondonadas de hostias).

Acertaron.

La contienda empezó como todas las contiendas en España: me acerco a ti, te miro como si estuviese loco, te digo que qué pasa contigo y ya está. Te invado tu espacio vital, pero no me atrevo a nada más. Ése fue el menos valiente de los dos. El otro, uuuhhh, qué machote, tiró la moto de una patada. El menda lerenda, radical defensor de la filosofía zen, el taichí y demás mariconadas (sí, podemos llamarle también “ciencias espirituales”, cada cual que se engañe como prefiera; yo lo hago con Angelina), prefirió no comenzar a dar a diestro y siniestro. Más que nada porque si empezaba me quedaba solo. Y la soledad no mola, es triste.

Bueno, pues tres son multitud, ¿no? Pues sí. Entró la tercera en el ajo: la mami me tiró la bolsa térmica (eufemismo donde los haya) y los hijos comenzaron el insulto personal. Así que para equilibrar la lucha tomé un aliado.

En una esquina, con calzón rojo, Robber y su pitón motera. Con 150 kilos (dos sudaderas de lana de oveja merina me contemplaban) y una mala hostia sólo equiparable a lo mojado de sus ropas.

En la otra esquina, calzón azul, la familia Basurilla. Con una falta de higiene y piezas dentales equivalente a la falta de agua en el Cañón del Colorado. 30 dientes conté… entre los 3.

Las televisiones habían pagado una pasta gansa. La bolsa ascendía a 35 millones de dracmas griegos; retransmisión on live para 156 países. Todos los canales habían interrumpido su emisión. Ese día hubo caída de las bolsas; daba igual. Mayor atentado terrorista de la historia. No importaba. El Atleta ganó la Champions. ¿Y qué? Aquello detuvo el mundo.

El pequeñín de los Basurilla que me pega un manotazo en la cara; el mayor, patada en las espinillas. Dado que yo tenía trabajo y que cobro por pedidos, no podía estar allí pelando la pava. Además, qué pensaría de mí esa legión de fans locas, histéricas, desequilibradas, que iban siempre tras mis pasos. De un solo movimiento, pitonazo a uno en la cara y puñetazo a otro en los dientes. Empezaron a sangrar inmediatamente. La madre, vivan las madres, les dejó allí a su suerte mientras se metía en el portal…. ¡¡a seguir viendo la pelea!! (Echó en falta una bolsa de pipas). El pequeñín volvió a la carga; el mayor ya había llegado a la edad en que hay sentido común. Se retiró a tiempo.

Al enanillo me le podía haber cenado con patatas. Por hambre no sería. Pero la madre, la valiente madre, estaba a buen resguardo sufriendo de lo lindo por su hijo, así que le dije que se tranquilizara, que no iba a hacerle nada más. Me suplicó perdón, que no volvería a pasar… (Que no volvería a pasar ¿qué?, ¿qué no volvería a pedir pizzas en su vida?). Total, que me dijo que por favor esperara y se subió por las escaleras. Yo, que me había subido en banderillas, pensaba que aparecería el marido, el telefonero, un rival a mi altura. Por fin. Estaba ya viviendo mentalmente el futuro combate, planificando las más hombrías técnicas de lucha como tirar del pelo, arañar la cara o la nunca bien ponderada patada genital, cuando volvió la mujer. Sola.

Me dijo que por favor le devolviera a su hijo y a cambio me dio dinero. Sí, estaba pagando el rescate…. Cuando vi la cantidad, lo entendí: me pagaba la pizza. Acto seguido, tras el niño, le entregué la cena (¡maldita sea!, ¡olvidé la pajita!). Así que, a pesar de que decían no haberla pedido, se la quedaron.

……………………


Al llegar a la tienda me comentaron que había llamado el cliente. Pidió mil disculpas, sentía haber sido tan borde y si nos habíamos molestado, rogaba que le perdonáramos. Debió haber traspapelado algún folleto o algo así. Era la C / Pelopicopata, sí. Era el 2, sí. Era el 1ºC, sí. Pero no era Torrejón, era en San Sebastián.

lunes, 6 de octubre de 2008

EL SOBRESUELDO

La siguiente tontería también le pasó al menda lerenda. Morir, no vine a morir pero faltó poco, poquito, poco, la verdad (y todo por hacer el bien... No somos nadie).

Esto ocurrió en lo que podríamos llamar mi niñez pizzeril, de ahí que casi muriera en casa ajena. Yo fui a llevar un pedido corriente y moliente, no tenía ningún tipo de complicación (aparente). Era un sábado por la noche, había partido de fútbol en la televisión. Llegué al portal, me abrieron de lo más normal y arriba, en la puerta de la casa, también.

El caso es que me sale una mujer abrigadísima con un camisón medio transparente de color gris marengo (el color es lo de menos, no hay por qué recordarlo) que me dice que su marido ha bajado un momento a por tabaco y a sacar dinero al cajero para poder pagar la pizza, que en ese momento no me podía pagar. Procedo a informar de cómo se actúa en situaciones normales ante tal situación. Puede ocurrir que el cliente sea de fiar; a esa categoría pueden llegar si han hecho muchos pedidos anteriormente y sabemos que son clientes habituales o bien mediante una amenaza convincente usando a sus hijos o algún pariente cercano de víctima potencial. En este caso, se le deja la comida y un rato después se procede a pasar a ser pagados, sin problemas. En el caso de que el cliente levantase sospechas de algún tipo, por ejemplo que el suelo esté lleno de jeringuillas, uno de los inquilinos sangrando quitándose una navaja clavada en un brazo o una cabra paseando por el piso (estas tres cosas las he vivido, palabra) o cualquier tontería similar, se puede uno llevar la pizza de vuelta o bien bajar con el cliente a algún cajero, que te pague en vivo y en directo y listo Calisto.

Todo esto, comentamos que en situaciones normales. Pero para eso, lo primero es que el repartidor fuese medio (sólo medio sería bastante) normal. No era el caso. Estamos hablando de un pipiolo al cual su madre le había educado con la idea de que hablar con alguien extraño era sinónimo de una futura violación y tan sólo la idea de ir a Madrid o a cualquier sitio alejado de nuestras cabritas y ovejitas era un suicidio en toda regla.

Bueno, regresemos a 1998 (que es cuando ocurrió esto; ¡¡madre mía la edad que voy teniendo ya!!). Total, que me dice la mujer que no tiene ni un duro (¡ay, la peseta!....) y que su marido se había bajado hacía rato ya. [Nota del autor: retrotrayámonos a 1998: sólo tenían móvil Bill Gates, Rupert Murdoch y el típico flipado que había en cada barrio que se dejaba el sueldo en el móvil último modelo (que por entonces venían a pesar como una bombona de butano; vacía, eso sí) para presumir ante los amigotes; no era el caso, este hombre no era de esos]. Total, que no había forma de localizar al evadido. Nos encontrábamos allí, frente a frente, la mujer y yo sin saber qué hacer (esto me suele pasar cada vez que estoy frente a frente a una mujer...). Era la primera vez que nos pasaba algo así, por lo que no sabíamos cómo actuar.

A esto el niño (ay, en qué hora Señor, en qué hora....) dice que él tiene mucha hambre (es que la pizza olía que telita, ni oliendo a Elsa Pataki tiene uno esos impulsos); así que dice el diablo de criatura que por qué no dejo la pizza allí, esperamos a papi y ya está.

Tiene bemoles que un metro de ser humano tenga más iniciativa que una mujer que habrá tenido que bregar en la vida con sabe Dios qué y un repartidor hecho y derecho que... bueno, con un repartidor que conoció a Antonio Sihi.

Pues allí estábamos de cuadro. La madre, que no tendría más de 25-26 años, en camisón y nada más (por favor, sin preguntas), un niño devorando la pizza a un ritmo que el padre iba a llegar justo para bajar la caja a la basura, una niña en esa edad en que yo no sé si aún son bebés o ya son niños y el repartidor que... el rapartidor amigo de Antonio Sihi.

Si no me tragué la primera parte del partido, no me tragué nada (nooooooo, no me tragué nada; ella tampoco, que ya lo veo venir....); ¡¡45 minutos que llevaba el primo sacando dinero!!. Quizá es que ya estaba sacando para todos los pedidos de pizza de su vida, porque aquello no era ni medio normal. También sopesé la posibilidad de que estuviese ya sacando el dinero en euros, y dado que aún ni se habían imprimido los primeros billetes (que por cierto, eran en ecus, ¿alguien se acuerda?), pues de ahí la dificultad de que el cajero quizá pudiera ser que a lo mejor quién sabe si por alguna extraña circunstancia se diera la diatriba de que no se lo diera.

La mujer estaba avergonzadísima, el niño, infladísimo, y yo, de naturaleza calurosa me encontraba ataviado con un pijama sobre el cual iban vaqueros y dos sudaderas, una camiseta de lana y la chaqueta corporativa (el trsite suceso ocurrió en pleno Diciembre). Como la familia de marras tenía la calefacción a unos 30-32º de un momento a otro iba a dejar de oler a pizza barbacoa allí... allí y en todo el bloque, porque yo estaba ya debatiéndome entre la bajada de tensión y la lipotimia.

A eso de la media hora me dice ella, Rosa (sin preguntiiiiiiitas), que si tengo calor que me quite algo “mientras”. La palabra “mientras” aparecía en cada frase. Nadie quería sopesar la posibilidad de que él, Julio (no comment), se hubiera ido a por tabaco como esos de la tele que se fueron a por tabaco en 1978... Ya me veía yo adoptando a Glotón y Babas (el nombre de los niños no tenía por qué surgir en la conversación). No me disgustaba la idea pero por Rosa más que nada, porque los otros dos, viendo el gasto que implicaban, me iban a hacer echar más horas en la pizzería de las que ya echaba (lo cual, por cierto, si se enteraban los sindicatos me hubiera granjeado la inmediata obtención de la Medalla del Trabajo y el Pringue Máximo).

Acaba la primera parte del partido (yo había llegado al empezar el partido) y ya estaba sin la chaqueta de la pizzería y sin una de las sudaderas y planteándome muuuuuuuuy seriamente que debía pasar al baño a quitarme el pantalón del pijama... “mientras”.

La lipotimia iba ganándole la batalla a la bajada de tensión.

Ya no sabía de qué hablar con Rosa (sí, a estas alturas, tras casi una hora, ella en camisón y yo aún estaba en la fase de conversación... qué le vamos a hacer, siempre he sido de los ligones lentos). Glotón se había agenciado la pizza familiar entera salvo la porción que había comido la madre y otra que le habían guardado al maquinón de los cajeros. Yo había rechazado comerme ninguna a petición de la madre por vergüenza más que por ganas de llevarme algo a la boca “mientras” llegaba la lipotimia.

Nos plantamos en el descanso del partido; yo ya estaba sentadito en el sofá (las 23 primeras ofertas de sentarme las rechacé pero llegóun momento en que pensé en mis pobres varices), y Glotón estaba haciendo ecuaciones de primer grado de dificultad salvaje tipo 3x=6 donde el pobre, ante tanta maldad matemática, encontraba imposible hallar x. Pues no se le ocurre otra cosa al colega que decirme que si sé de ecuaciones. Y lo peor, no se me ocurre otra cosa a mí que decir que sí.

Rosa, que también me iba viendo ya con otros ojos y con el mismo camisón, me dice que tengo cara de ser buen porfesor (aquí tuve el momento desvarío donde le iba a enseñar (y nunca mejor dicho) de todo, pero ay qué listas son las mujeres que rápidamente me concretó que se refería a ........ (es que no puedo acordarme del nombre del Devorador) y a las ecuaciones. Me insinuó, ay qué tontos somos los hombres camisón mediante, que le enseñara algo a la pobre criatura...

Pues dicho y hecho. A los 5 minutos allí estaba yo, EN LA HABITACIÓN DEL CRÍO, poniéndole ejercicios... mientras. Ya me había despojado de la ropa que no era necesaria, me había pedido un vaso de agua y estaba vacilando a un niño que no conocía de nada pero que tenía toda la pinta de ser a quien tendría que educar los próximos 20 años.

Recuerdo que hubo un penalty en el minuto 80 de partido. Y yo allí. Llevaba cerca de hora y media en una casa ajena y en lugar de echar lo que echaría cualqueir hombre durante una hora y media (si el hombre es español ya hubiera tenido tiempo de echar 9 ó 10), a mí me daba la sensación de haber echado una solicitud de adopción en toda regla, pero en este caso venía con mamá, nene, nena y casa amueblada.

Y en estas que llegó el Genio de los Cajeros, la Máquina de los Bancos, el Bill Gates de los Billetes. Antes de decir nada de él, por favor, pongámonos en su lugar: llega a casa y se encuentra a su mujer medio desnuda, la niña babeando en la alfombra (bueno, para mí que esto ya se lo esperaba) y al fondo, en la habitación de su hijo (venga, vale, supongamos que era su hijo....) hay un tío completamente desconocido, de su misma edad más o menos, poniéndole ejercicios al chaval. Hombre, soy yo el que entra y primero mato y luego saludo. Recordemos que a mí nadie me identificaba como repartidor de pizzas.... es que bien pensado, es para mosquearse y bien mosqueado.

La cosa es que actuó como actuamos todos en una de éstas: era tal la incredulidad, tal la desfachatez que se despachaba en su casa que no lo podía creer: salió al descansillo a ver que no se había equivocado de casa. Estaban su mujer, su hija, su hijo, sus muebles, pero era tan surrealista aquello que su propia cabeza no lo aceptaba. Amigos, lo entendí perfectamente.

Lo entendí tan perfectamente como que mi primera reacción fue salir despavorido, me ha pillado. Corramos, escondámonos en el armario, saltemos al balcón. Tu marido llegó. Joder, si lo piensas fríamente, yo no había hecho nada mal, pero daba igual. Lo tienes todo en regla pero la Guardia Civil te da el alto y los temblores te delatan. Aquí me habían delatado las puñeteras ecuaciones.

El hombre vuelve a entrar, despacio, cauteloso, seguro que miro y ahora no hay ningún tío con mi hijo... ¡¡pero sí!!. Allí estábamos terminando una ecuación... ¡¡con fracciones!! (es curiosa la mierda de información que guardamos). El hombre, ante el amante de su mujer, sólo puede decir un “¿Hola?”. Claro, la pobre Rosa (ay, Rosa Rosae...) se levanta, conocedora de que el marido la va a liar parda, de que la perra se va a cagar de un momento a otro y le dice: “Cariño...”.

Claro, el cariño que no está acostumbrado a ser tratado así, cree que hay gato encerrado y sí, se lió parda. Bueno, hasta Babas se le cortaron las ídem de los gritos de su padre. ¡¡Ahí sí vi a un hombre!!. Se cagó en todo lo que se movía y en alguna que otra cosa que también estaba parada. No nos dio opción a hablar. Como no teníamos bastante con tener a Belcebú en el salón profiriendo cosas que sólo de oirlas ya dolían, va mi Rosita y le suelta a su maridito así, sin anestesia : “Cariño, págale a Rober para que se pueda ir”.

Yo aquí pediría unos minutos (¿días?) de reflexión. ¿Qué harías tú si te ves en esas?. Vale, vienes del bar con los amigotes y todo lo que tú quieras. Pero es que la Otra (a Rosa, Otra, con mayúsculas, opr favor) ha estado en el salón con un desconocido dando tralla con los churumbeles delante. ¡¡Y el tío tenía que ser tan bueno que a ella se le había ocurrido que le enseñara también al crío!! (a cada uno en lo suyo, claro).

Recuerdo que la Bestia me miraba con una expresión rara entre odio y curiosidad. Quizá quisiera saber qué ocultaba bajo esas gafas atemorizadas y esas sudadera de Barcelona'92 [Nota del autor 2: es que la sudadera de abajo no estaba destinada a ver la luz en ningún momento; así que gracias que no era una de PANTOJA TOUR o similares].

He de decir que si ese hombre no intentó agredirme ...mientras fue porque me dio tiempo a sacar la ropa de la pizzería, el casco, al gorra, la bolsa térmica y Rosa que me entendió a la perfección (qué pareja hacíamos, por Dios) hizo lo propio simultáneamente con la caja de la pizza. Ahí tuvimos un pequeño margen donde pudimos explicar todo y que, por supuesto, acabó en ataque frontal hacia su persona por olvidarse de volver pronto con el dinero.

Dado el alcohol que el hombre había ingerido, que había hecho el ridículo y que Rosa de mi Corazón le había dicho que lo único que iba a mojar en los dos meses siguientes eran las magdalenas en el café, el maridín acabó pidiéndome excusas, dándome una propina de no te menees y metiendo el rabo entre las piernas (esto último se puede asociar con la amenaza de Rosa, si se prefiere).

Al llegar a la tienda, hora y media después de partir (sí, se puede decir que en lugar de irme, partí dada la tardanza), la bronca fue de órdago (estuve fuera justo el tiempo que duraba el partido) y cuando expliqué qué me había pasado decidieron no sancionarme por la maravillosa imaginación que desbordaba (lo juro por las galletas de Tosta Rica con forma de dinosaurio).

Aún hoy, algún día veo pasear a Rosa con Babas y el marido (el cual no recuerdo así, quizá aquello costara romper una familia...); sé que ella me recuerda tanto como yo a ella; siempre que nos cruzamos me sonríe y agacha la cabeza. Nunca me he atrevido a saludarla, con una familia que destrocé he tenido bastante (mi familia también la destrocé al nacer, pero ellos se lo buscaron así que no cuenta; con premeditación no cuenta). Glotón se ha hecho pokero y por supuesto que no se acuerda de mí, pero si hoy es lo que es (tripitidor de 2º Bachiller) es gracias a que un día, un repartidor de pizzas se jugó el tipo por enseñarle que 2x=2 no es igual a x.

Y todo esto por 500 ptas./hora (ay , la peseta...)