domingo, 28 de diciembre de 2008

EPISODIOS NACIONALES (II)

SEGUNDA SERIE, LOS LUPANARES. ESOS GRANDES INCOMPRENDIDOS

Vaya por delante que nunca he necesitado de entrar en estos sagrados lugares por motivos personales, tan sólo profesionales. Sé que esta explicación no se la cree nadie pero a Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar... que jamás volveré a pasar hambre, así que no se descarta nada en esta vida de sinsabores (bueno, sabores los hay a cascoporro en estos lugares...).


Pase, joven, pase

Resulta que un día cualquiera,en mi más profunda ignorancia, me toca ir a llevar una pizza a uno de estos lugares tan solicitados. Las luces de neón rosas no me decían nada. El luminoso letrero con una mujer dentro de una copa, tampoco (repito, mi primera experiencia burdelística, a día de hoy algo voy asociando yo solito).

Entro en aquel oscuro lugar (todas el presupuesto para las luces se lo debían haber gastado en el cartel de la mujer) cuando me acerco a la barra, como hacía en cualquier bar normal. El hecho de que la camarera llevara menos ropa que Espinete,no sé, me sorprendió. Y cuando por fin pude mirarla a los ojos descubrí que de buen rollo, buen rollo, no iba sobrada la mujer (mujer hecha y derecha, ya casi encorvada). Pregunto por el nombre que nos habían dado (ahora no recuerdo si Jenny, Cindy, Pamela o cualquier otro nombre claramente virginal e inocente) y me dice que entre por la puerta del fondo.

Pues vale, pues entro.

¡¡¡¡Ay, Dios!!!! Aún no se me ha quitado la imagen de la cabeza (esto pasó cuando Franco era corneta, aviso). En el cuarto había un hombre gordo, peludo, con cara de sabe Dios qué y con una chepa con la que seguro que le habían tocado ya dos o tres millones de veces la lotería. Estaba de pie, junto a la cama. Ella... ella no. De hecho, no creo que ella tuviese hambre, así que imaginé que la pizza era para el Duke (así, con k).

En honor a la verdad he de decir que ella era una profesional como la copa de un pino; no la importó que hubiera alguien más allí (¿quizá le gustaba la idea?). Ella había ido a hacer un trabajo y a fe que lo iba a acabar. Menos mal que el hombre se sintió algo incómodo (y no era para estarlo, dada la situación) y le dijo a aquella aspiradora humana que parase.

Me pagaron la pizza, me hundieron la vida y me fui. Desde entonces es que ni me toco para mear.


Lopene de Vega

Había una cosa que me ocurría siempre al llegar a estas casa de citas. Imagino que le sucedería lo mismo al gremio de pizzeros al completo... bueno, sé de uno al que seguro que no.

En cada pedido, al hacer la entrada triunfal tras la puerta blanca a la que empujabas pero siempre había que tirar (alguna vez intenté hacerme alguna regla memtécnica con el tema pero acabé liado: a esos sitios vas a tirarte alguna empujando... así que no me sirvió), siempre, siempre, siempre, y a pesar de que uno iba enfundado con moto (sé de uno que metió una dentro una vez), chubasquero, gorra y comida, siempre, repito, llegaba alguna ofreciéndose (sabe Dios qué fantasías habrán tenido que cumplir las pobres).

El caso es que con tu santa paciencia decías que no, que estabas trabajando (ellas seguían; sabe Dios qué fantasías....) y ya, cuando veían que no tenían nada que hacer con el único menos de 120 años del local, subían la oferta: te sugerían la pizza como moneda de cambio. Qué queréis que os diga, alguna vez y en el supuesto de que alguna de ellas no hubiera vivido la Guerra Civil, yo me lo hubiera planetado. Total, con llegar a la tienda y decir que te han asaltado (la virginidad en este caso, ¡menos mal que aún la conservo!), era suficiente.

Pero es que ellas mismas te enseñaban por qué se dedeicaban a eso y no, qué sé yo, a impartir filología hipánica, por poner un ejemplo. Como comerciales, tampoco hubieran vendido ni un vaso de agua en medio del Gobi. Tú estabas allí, queriendo salir, esperando a que quien fuera saliera del cuartucho (la otra opción era entrar, y ya conocemos el capítulo de Jenny-Cindy-Pamela) y se te acercaba esa mujer, sonriendo con sus 12 dientes (que ya era mala suerte que no estuviesen seguidos) y te decía lindezas literarias del tipo:

  • “Hola, mi amol [siempre con l; sería por lo de los 12 dientes]. ¿Esa picha [siempre] es de calne?, ¿y si me la cambias por otra calne mejol? [que me gustaría saber por qué decían “otra” y no “otla”]”. [Una vez, lo juro por el Colacao Turbo, a una la contesté que no era de carne, que llevaba pescado. Mi arrepentimiento sigue vigente hoy día; no pienso contar nada de cómo acabó aquello].

  • “Hola, bombón. ¿Qué te parece que me des la picha y yo te de el postre?. Hoy tengo mucha, mucha hambre”

  • “Hola, guapo, y si nos comemos la picha juntos y si me quedo con hambre ya me busco yo por dónde seguir?”....

Bueno, esa es la idea. La idea es que siempre iban a lo mismo. Llegué a pensar que aquello era vicio puro y duro. De hecho, un día una de ellas me dio su teléfono para que la llamara cuando no trabajaba. Le había parecido muy guapo y quería conocerme. Recordemos el presupuesto dedicaso a las luces interiores; de ahí que nunca la llamara, no quería quitarle el mito de pizzero atractivo.

El caso es que llegué a la conclusión de que aquellas mujeres necesitaban dos cosas: un curso de literatura rápida (bueno, intuyo que en la pobre vida de aquellas mujeres todo era rápido) y algún que otro hombre digno de ver (los que había en los lugares cuando yo entraba eran dignos de no ver), así que desde aquí hago un llamamiento a los hombres guapos (yo no cuento, esto es como los concursos, en los que no pueden participar organizadores ni familiares) para que les den alguna alegría a esas mujeres que tan buena labor social hacen. Que se lo han ganado.


Por tonto

Otro día llego a uno de estos lugares onde tanto se disfruta y me encuentro lo siguiente: un hombre de una cierta edad rodeado de cuatro mujeres de cierta desvergüenza. Explícome. El hombre no llevaba una tajada, llevaba el melon entero; ni veía, sólo medio sonreía (ése era todo el control que tenía sobre su cuerpo) y ellas le estaban desplumando a velocidad de escándalo. Al pobre hombre le decían que pusiera el billete en el esocte de alguna de ellas, y con el roce del pechamen (que ya ves tú lo que se enteraría de aquello), las 5.000 ptas. estaban justificadas.

Naturalmente, el pedido “lo había hecho él”. Según saqué la pizza, las cuatro víboras se abalanzaron sobre ella, las cuatro raciones de alitas y las cuatro bebidas; él sólo sonreía. Ellas me miraban complacidas. Tanto, que ni se ofrecieron a nada, simplemente me preguntaron cuál era el precio. Éste no llegaba a las 3.000 cucas pero dado que las vueltas no se las iba a quedar él, redondeamos: 4.995 ptas. Todos allí sabíamos la verdad, pero era la táctica de la hiena: no me jodes, no te jodo (curiosa táctica tratándose de las mujeres en cuestión).


Código secreto

En uno de las últimas ocasiones en que tuve la fortuna de entrar en uno de estos lugares de olorosa concentración y dudosamente salubre sabor (a Dios gracias que no lo sé en primera persona), resultó que infringí la ley no escrita (entonces no es ley, ¿no?) de los tugurios sexuales.

Resulta que en cada uno de estos centros de placer hay tantas banquetas como mujeres. Si te sientas en una, automáticamente, pasas al lado oscuro de la sexualidad masculina. Sentarse en una banqueta es sinónimo de que no has ido allí a pelar la pava (si acaso a que te la pelen a ti).

Pues en otra de estas situaciones en las que evito el momento Jenny-Cindy-Pamela y como se alarga y se alarga (cuidado, hablo del momento, no de nada más). Pues eso, que se alarga que el cliente baje, voy (como al cuarto de hora; sí, el tío era una máquina para lo que allí desfila) y me siento. No he terminado de poner mis ingenuas posaderas en aquella banqueta de mala muerte cuando se me abalanzan dos mujeres de vida difícil (y banqueta fácil). La segunda parte del juego es que se dejan sobar hasta el páncreas (si no, ellas hacen que las sobes) y con quien elijas quedarte, digamos que gana. No sabéis la suerte que tenéis de saber esto mediante un blog. Ni idea.

Allí les dio igual a ellas, a la camarera, a los clientes y a los gorilas de “CONTROL” (por cierto, se llevarán plus por publicidad?) que yo estuviera con el disfraz de pizzero (una vez más: sabe Dios qué fantasías...). Allí me miraban con odio nada escondido; si me había sentado en la banqueta era porque buscaba, inequívocamente, tumbarme en la planta de arriba.

El cliente tardó aún un rato en bajar. Para cuando lo hizo yo estaba enzarzado en una discusión con dos hombre que, curiosamente, se habían mantenido en pie todo el rato (he aquí otra cosa digna de saber: la de tíos que entran, sobran, soban y requetesoban -siempre de pie, claro- y luego se van). El cliente acabó defendiéndome, aunque con la sonrisa con la que bajó el primo, sinceramente, a ése le daba todo igual. Incluso me dio una propina digna de mención. Sí, le daba todo igual

Así que, jóvenes, si alguna vez os veis forzados a entrar en algún sitio de éstos (salvo Pocholo, a los demás siempre “nos harán el lío”), recordad el código que se gastan.Yo tuve suerte con los gorilas, porque si llegan a ser de “DUREX” hubiera acabado muy mal la cosa.



Feliz 2009.


EPISODIOS NACIONALES (I)

Wassaaaaaaaaaaaaaaap?:

Se comenta que D. Benito Pérez Galdós escribió sus archifamosos episodios nacionales, 46 para ser más exactos. Como quiera que con 46 yo no tengo ni para pipas, la división ser hará en sus cinco series y consistirá en una breve referencia a cada uno de los acontecimientos acontecidos en la contienda de contención.

Dese cuenta el lector [aquí me dirijo al lector (como si lo hubiera) como cualquier Premio Planeta que se precie] de que cada uno de los siguientes episodios tienen su historia completa, con sus personajes, su marco espacio-temporal, sus localizaciones,... pero como total, me voy a llevar la misma pasta si lo hago saber como si no, pues me reservo el derecho (y los detalles) para mi obra póstuma, que eso siempre tiene más tirón (el truco es hacerte pasar por muerto y así disfrutar de algo de lo tuyo porque si no ya es el colmo de las injusticias).


PRIMERA SERIE, HOTEL DULCE HOTEL

Dícese de los hoteles que son lugares fríos, que no tienen el encanto de un hogar, que les falta un yo qué sé qué sé yo... Pues a ver a quién es el guapo que no recordaría con cariño, sincera satisfacción y profundo amor las siguientes anécdotas si tuvieran lugar en su hogar:

Jesusito de mi vida...


Érase que se era el bueno de Robber llegando a un hotel, a una habitación cualquiera (el recepcionista me había dicho que subiera). Tras llamar y oír los femeninos gemidos a los que uno estaba acostumbrado en estas circunstancias (hay mucho hacedor de gemidos por ahí suelto) me abrió la puerta un hombre. Allá va: de estatura media y complexión ligeramente musculosa (pongamos que en lugar de el Duque, le podemos denominar el Conde, no era para más), tenía unos ojos azules que daban miedo (literal), muuuuuucho miedo; tuve la sensación de que me estaba perdonando la vida durante el tiempo que duró aquel encuentro. Sólo llevaba puesto un short y tenía el cuerpo lleno (lleno 100%, piernas, tríceps, deltoides y esternocleidomastoideo incluidos) de frases, pero no tatuadas,no. Estaban escritas con un simple boli azul (BIC, seguro; es más BIC cristal, que escribe normal). Estaban en latín (no me detuve tanto tiempo como para leer ninguna completa, no quería que me invitase a entrar...). De fondo aprecié unas piernas de mujer (muy bien puestas, por cierto (bueno, estaban muy bien puestas porque estaban puestas en una cama, claro)).

Ladies and gentleman, he de hacerles una confesión. Es cierto que uno es muy machote y tiene un espíritu (atención nenas) protector y muy masculino que impresiona sólo con verme; por no hablar de mi físico portentoso (nenas, nenas, nenaaaaaas) que lo tiene todo grande. Sí, todo eso es cierto. Pero cuando ves que el hijo de Satanás se ha hospedado en aquella habitación, lo menos que te haces es caquita....

(Lo anterior lo negaré en público siempre; menos mal que este blog no lo leo ni yo).

Una vez intercambiados comida y dinero cerró la puerta y antes de que me diera tiempo a salir corriendo (también literal) el Enviado de Lucifer comenzó a gritar despavorido frases en latín (o en danés medieval, que lo mismo me da) y ella también comenzó a gritar salvajemente. Dada mi virginidad y mi exacerbada (o exacervada, la RAE me coge las dos) misoginia, desconozco si aquellos alaridos eran buenos o malos. Me la repanpinfla. Huí como alma que lleva el diablo (que en ese momento estaba en una habitación sabe Dios (su enemigo) haciendo qué).-


El valor del dinero

Allá que voy otro día a otro edificio de habitaciones de éstos. Con el miedo de acompañante y la vergüenza dejada en la tienda, acudo al nuevo pedido. Subo a la habitación, llamo, entrego el pedido y el cliente, muy educado, me dice que si tengo cambio de 5.000 ptas. Como hombre precavido vale por dos (atención nenas, conmigo es como si estuvierais con dos) le digo que sí, que llevo cambio. El pedido eran 1.675 ptas. y me dice que no le devuelva todo, que le dé nada más que las monedas.

Como quiera que uno es honrado (= imbécil perdido) no le hago ni caso e interpreto que se ha equivocado y lo que ha querido decir es que le devuelva, precisamente, las monedas. Pues total que le suelto los 3 talegos (qué vocabulario más bueno hemos perdido con el euro) y me dice que si soy idiota, que le dé las monedas. Pues vale, tío. Toma las monedas. Cuando estoy haciendo el gesto de darle las monedas me dice que coja los billetes, que me los quede de propina. Flipo en 3 dimensiones, le doy las gracias y le digo que le debo un duro, que me he quedado sin ellos....

Menos bonito me llamó de todo. Que si era un incompetente, que si era un ladrón, que si le estaba tomando por tonto, que si quería robarle,.... Yo ahí flipaba ya en 78 dimensiones, no entendía nada. El colega me insultó y me llamó de todo, cosa que le permití por los billetitos que me había dado, claro. En realidad fui como los coches de choque: por 3.000 ptas. puedes insultarme durante 5-10 minutos (este mismo sistema luego se lo apropió “Crónicas marcianas” años más tarde con sus honorables invitados).

Total, que el tío se vistió, bajamos a un bar y allí cambié una moneda de 25 ptas. por cinco duros para darle uno a él, que se volvió al hotel indignado. Yo me volví con las 3.000 cucas, pero sin estar indignado.


Revisión oftalmológica

Otra vez en ruta, otra vez a un hotel (esta vez al mismo que en el caso del tatuado a boli), otra vez subo a la habitación, otra vez llamo, otra vez me abre un hombre y otra vez parece que el pedido será normal.

He de decir que el hombre era de bastante buen parecer así que no me extrañó que de fondo se pasease una morena espectacular en tanga (sí, sólo tanga) por la habitación. Yo intentaba mirar al hombre pero no sé, había una mano invisible que me empujaba la cara con una fuerza incontenible hacia el lugar en el que estaba ella.... He aquí los beneficios de los bizcos: le dediqué un ojo a cada uno. Dado que la gente no sabe cuál es el ojo bueno, intenta no mirarte mucho, lo cual yo aproveché para dedicarle los dos ojos a ella. Casi me quedo bizco de verdad.

Pero cuando ya estaba dándole las vueltas al afortunado, aparece desde la zona de la cama otra morena igual a la primera. Era otra, sí, su hermana gemela. Verlo para creerlo, también SÓLO en tanga. Si no llega a ser porque cada una llevaba el tanga de un color, a día de hoy sigo pensando que aquello fue invención de mi cabeza. Tengo la certeza de que no lo fue porque no soy tan idiota de perder recursos imaginativos en algo tan estúpido como la ropa, me hubiera decantado por otras partes. Seguro.

El día que tenga un hijo le pondré el nombre de ese hombre, que desde aquel día es mi héroe.


Chiquitín

Vaya por delante que si mi padre hubiera puesto un poquito más de empeño (7 cm. concretamente) mi altura serían los dos metros. Paso a relatar el siguiente episodio.

Llego a un hotel (sospechoso de tener fama de lugar de encuentro entre meretrices y hombres con dificultad para seducir a las mujeres), llamo a la habitación y me abre una más que probable mujer de vida fácil (es la peor descripción de un trabajo que conozco) completamente desnuda.

Recordemos mi virginidad y mi poco interés en las mujeres en general. Si la miré, si la remiré, si la admiré e incluso si babeé (no está confirmado, que conste) fue por pura curiosidad, nada más. Si me quedé allí tieso (......) no fue por ningún tipo de interés carnal o sexual, es algo obvio.... Total, que ni me dio tiempo a entregar la picha la pizza, LA PIZZA!!!. Allí llegó una criatura del Averno (como ser humano le veía defectos) más ancho que alto y eso que me cogió del cuello y me dejó con los pies colgando (así que imaginemos la altura y por ende la anchura de aquel cruce entre cachalote y mamut).

La escena fue esperpéntica. Me llevó (literal, también literal) colgado del cuello (qué resistencia tienen los polos de la pizzería, por cierto) hasta la planta de abajo. Yo no entendía nada, claro, y me jugué el pellejo y el de toda mi familia preguntándole que si estaba loco. ¡¡Resultó que aquel espécimen conocía el lenguaje humano!! (en su versión rumana, eso sí, iba a ser mucho pedir que me entendiera) y empezó a decir cosas en las que sólo había palabras con jotas, emes, kas y zetas. Ya abajo, el jefe (versión carpato-española de su disciplinado Uruk-hai) me dijo que el otro vociferaba que me había metido ahí para ver a la otra mujer desnuda.

Cuando me soltó el energúmeno (estuve un rato viendo el mundo igual que Fernando Romay, qué sensación) y se pudo hablar con el jefe (con el otro no, con el otro lo único que se me pasaba por la cabeza era tirarle un ciervo para que se lo comiera allí, encogido sobre sí mismo, contra la pared), le pregunté que si él veía normal que yo me haga con una moto, un traje “oficial” de pizzero, una pizza y un compinche que, estando con aquella mujer, llamara a la pizzería para así tener excusa y yo verla desnuda....

¿Qué me contestó el domador de fieras? Que ojalá ellos se hubieran tenido que tratar con clientes tan poco retorcidos....

No quise preguntar, el otro (lo otro) se había dado la vuelta, yo estaba de nuevo en su campo de visión y no tenía ningún ciervo a mano....


Yo controlo. Sólo con condón, sólo con coco, no rollos, no tontos, no bobos. Sólo con dos chorbos.

Llego a un hotel (esto lo digo mucho últimamente, ¿no?) y el muchacho de recepción, con la alegría que podría tener un joven de 20 años que está currando el sábado por la noche (vamos, la misma que llevaba yo encima) me dice que no puedo subir a la habitación, que he de esperar a que baje el cliente. Pues vale.

Y el cliente que baja, vaya si bajó. Ataviado de un pijama (normal) azul clarito (normal) con sus ositos de decoración (menos normal) y sus botones desabrochados de la bragueta (podríamos considerarlo normal).... y su pajarillo asomándose un poco (dado lo anterior también podría ser normal) y, quizá para que no pasara frío el pajarillo, llevaba puesto el plastiquillo ése que no le hace gracia al Papa y sus secuaces (desde entonces supe por qué: ellos también le habían visto al colega con la pistola enfundada). Qué estampa, por Dios. Jamás pensé que eso me diera tanto asco. De hecho, siempre se asocia dicho elemento a algo bueno, momento ven nena, episodio alegrote como mi....

Desde entonces uso la píldora.


El listón más bajo del mundo

En uno de los últimos pedidos que tuve la fortuna de realizar a un hotel perdí la posibilidad de experimentar una nueva vivencia (qué tonto soy a veces, madre mía; lo miro con perspectiva y ...bueno, no sigo, que más de uno se lo creerá). El caso es (quiero terminar pronto con esta historia) que subo a la habitación y me abre la puerta un hombre de unos cuarenta años. No destacaba ni para lo bueno ni para lo malo, lo que es un hombre corriente (éstos son los peores). Tras entregarle la pizza me dice que si quiero pasar, que está dispuesto a pagarme en carnes... Si no salí de allí corriendo es porque la carrera me hubiera costado casi veinte euros de mi bolsillo (es decir, cuatro cubatas, lo que no es moco de pavo) así que, como buenamente pude, decliné tan suculenta oferta, a lo que él contraatacó subiendo la apuesta: que no tendríamos por qué hacer nada homosexual, él haría de mujer y listo. Repito: ¡¡ERAN CUATRO PELOTAZOS!!. aguanté el tipo como pude, seguí declinando tan magnánimo chollo y él me contestó que no tenia nada de dinero, así que tuve que llevarme la pizza de vuelta.

Amigos, reflexionemos todos juntos:

1.- Premeditación y alevosía lo llaman en mi pueblo a esto. La cosa es que el depravado éste pidió la cena (bueno, en sus planes había más cena que la pizza...) sin saber quién se la llevaría por lo que, dado el plantel existente en ese momento en la pizzería, se arriesgaba a que se le apareciera un chico, una chica, un ser humano de las distintas razas (conocidas), un expresidiario, un menor, un hombre de más de 50 años, una lesbiana con pinta de lesbiano, chavales vírgenes, maduros asedia vírgenes, depravados (había dos en concreto mucho peor que este hombre), guapos, feos, feísimos, horribles, horrorosos, inclasificables, etc. (sí, la pizzería era así si no ¿por qué si no iba haber encontrado curro yo tan rápido?). A él le daba igual quién (lo que) apareciera, pensaba pagar en carnes. Olé por él, seguro que siempre liga cuando sale de caz... de ligue.
2.- Supongamos que va así por la vida, ¿cómo pensaba pagar el hospedaje del hotel?. Antes de que nadie conteste, comentaré que el recepcionista (pobre recepcionista), por su cara, no había llegado a los veinte años y, también por su cara, no había llegado a nada con ninguna mujer. Ojalá su primera experiencia no fuese la que yo rechacé y que él, cómo no, por su cara, no iba a tener el valor de decir que no a un hombre mayor que él....
3.- ¿Tendrá algún tipo de relación el hecho de cenar pizza con estar hecho polvo como ser humano? Porque seguro que a los del Burguer King estas cosas no les pasan.... Y si no, que alguien me dé la dirección de algún blog en el que lo diga.


Sí debo

Me remito a la historia de mismo título publicada allá por octubre. Era un bodorrio, sí, pero estas cosas sólo pasan en los hoteles...


Hostales, posadas y fondas


En estos santos lugares las historias son más surrealistas aún pero en este caso no las revelaré a no ser que sea en una obra póstuma ya que en estos casos temo realmente por mi integridad física en general y mi vida en particular.

domingo, 14 de diciembre de 2008

DELGADITO, ELLAS NO QUIEREN TUS HUESOS...

Juventudes socialistas y nuevas generaciones peperas:

La vida es una inquietud y no, no somos nadie. Resulta que a veces en este camino que llamamos vida (no sé quién diría esto pero la ingesta de cigarritos de la risa del autor era de órdago) hay que bajarse los pantalones hasta los tobillos y encima sonreir mientas ves lo que te van a meter (no, miedo no es, efectivamente)....

A long, long time ago (érase que se era), nuestra pizzería, en un alarde de rigurosidad profesional, y siempre bajo unos criterios estrictos e inamovibles, y de acuerdo con la línea de principios y valores que han caracterizado a la empresa, contrató a un repartidor (llamémosle Eleuterio, para preservar el anonimato de tan insigne repartidor. Además no tengo ni pajolera idea de su nombre, lo olvidé hace ya unos años, concretamente al día siguiente de que le echaran).

Eleuterio era (seguirá siendo, esperemos) un chaval de unos 22-23 años, de 1,95m. de estatura y unos, tranquilamente, 160-180 kilos de peso. Un figurín, vamos. Es una de esas personas con las que te chocas y explotas, ni sufres. Además tenía anorexia, porque se miraba al espejo y se vería gordo. Que conste que no tengo nada en contra de los altos, de los jóvenes ni de los gordos, y mucho menos de nadie con cualquier tipo de combinación entre esas características, pero a ese muchacho no se le debería haber contratado en la vida. Por lógica pura:

  • La motocicleta no podía soportar el peso del escuchimizado.

  • La comida a la que tenía derecho cualquier trabajador era, en su caso, pizza y media familiar, la pila de patatas, un cerro de alitas de pollo y un camión de Coca-Cola (curiosísimo, el espabilado bebía Coca-Cola Light... -estaría preocupado por su físico, quizá. El resto también estábamos preocupados por su físico, fundamentalmente si venía hacia nosotros-).

  • No había ropa de su tamaño.

  • Infundía miedo a los clientes (y yo muy listo no seré pero tener acojonado a quien te da de comer, como técnica de marketing, no sé, le veo lagunas).

El caso es que este hombre, además de lo exterior, tenía un interior peculiar. Teorizo yo que será a que desde pequeño (si alguna vez lo fue) nadie tenía valor a decirle-hacerle-sugerirle-comentarle nada y de ahí que fuera siempre perdonando vidas (salvo si te chocabas contra él, ahí no perdonaba nada). Dada su forma de ser, los clientes se las tenían tiesas con él (pero poco, sólo hasta que te miraba mal, luego se olvidaba todo), y creó más de uno y más de tres líos a nuestro nunca bien ponderado establecimiento de comida sana, sanísima. El capítulo más morrocotudo fue aquel en el que se granjeó la enemistad de decenas (sí, decenas) de personas en algo más de media hora, personas éstas de toda índole, creencia, oficio, perversión sexual y profesión.

Era sábado (sí, eso, sábado) y estábamos en la hora de la comida. Los tres únicos repartidores éramos él y yo (si se suman los kilos totales ahí había tres repartidores). Eleute (yo era su amigo, podía llamarlo como quisiera) se va a entregar un pedido, sin más. Según volviera él, dadas las horas, comeríamos (ya estaban en el horno las toneladas de comida). El caso es que empieza a tardar más de la cuenta, pasa más tiempo de lo que podría considerarse normal y suena el teléfono. Era el cliente del pedido.

Una mujer alterada, indignada, fuera de sí, profiriendo gritos, insultos y amenazas varias. Cuando conseguimos calmarla nos relata el proceso del pedido. Paso a comentárselo a Ustedes, jóvenes:

  • Eleute sale de la pizzería, se salta un semáforo recién cambiado a rojo y le pesca la policía, que le sigue (acostumbraban estos agentes de la autoridad a meternos miedo cuando hacíamos algo así, pero en el fondo sabían que por el sueldo que teníamos, estábamos casi obligados a hacerlo. En estos casos, te mostrabas educado, reconocías tu error, prometías no volver a hacerlo y, aunque todos sabíamos la farsa que era, cumplíamos nuestro papel en la obra). Lumbreras Boy en lugar de detenerse, intenta huir (recordemos que las agónicas motos no podían con el peso, las ruedas se hundían en el asfalto y en bici -palabrita del niño Jesús- se iba más rápido) y los policías, tras varios intentos, consiguen detenerle (quizá alguno se bajara del coche de policía y yendo andando le parara, eso ya se me escapa). De este suceso nos enteramos por la multa que le pusieron, la cual se quedó pequeña para todos los cargos que le pusieron: infracción por saltarse un semáforo, falta de permiso de conducción, intento de huida, desacato a la autoridad, intento de agresión a un agente y amenazas al conjunto del cuerpo policial (éste solito podría con todos, eso seguro). La policía tiene delante a un tío más peligroso que el hijo de Antonio Anglés con el asesino de la baraja y le deja libre.... Eleuterio era para verlo, les entiendo a los agentes perfectamente.

  • Prosigue nuestro héroe su viaje y al llegar al cruce situado junto a la casa del cliente, en pleno cruce comienza a describir con la moto círculos, haciendo derrapes con la rueda trasera girando la moto sobre sí misma y él sobre ella. ¿Por qué lo hizo? A día de hoy nadie se lo explica, han encontrado más sentido a la mente de Jack el Destripador que a este espécimen. Sin motivo ninguno él supo que debía hacerlo, que estaba llamado a ello. Era el momento y el lugar.... el caos que se montó fue chico: vehículos de los cuatro sentidos de circulación esperando que al bandarra de la moto se le fuese la enajenación mental. Allí había esperando coches, motos, autobús urbano, camiones, etc. y cuando comenzaron a tocar el claxon (ay, pobres inocentes) fue cuando el cliente (bueno, y la calle entera) salieron a la ventana a ver qué pasaba. Pasaba un tío enorme haciendo el idiota. Cuanto más le increpaban, más feliz era él haciendo los trompos. Me consta que llamaron a la policía (aquello duró como un cuarto de hora) pero estoy convencido de que en el momento en que a los agentes se les dio la descripción, justo en ese momento, se acordaron de que tenían que patrullar en Los Monegros y contar los granos de arena.. . Qué mala suerte tuvieron que no pudieron ir a detener al chiquitín.

  • Cuando, siguiendo la misma lógica imperante, decidió que ya estaba bien de vueltas, se dirigió a la casa del cliente (recordemos que seguía disfrutando del espectáculo). Subió a su casa, le hizo entrega de la pizza (que, para colmo de males, era una pizza sólo de queso, con lo que, debido al vaivén esa pizza podía tomarse en formato yogur) y cuando la mujer le increpó acerca de lo que estaba haciendo, Lute la llamó de todo, la amenazó con hacerla comer la pizza de un bocado y le dijo que más la valía cerrar la boca, no fuera a ser que tuviese que entrar en la casa y hacerla callar... Y de remate agitó delante de ella la botella de dos litros de Coca-Cola que llevaba el pedido y la miró desafiante. Un crack. El pedido eran 1.875 ptas, ella le entregó 2.000 y él volvió a insultarla porque decía que 125 ptas. de propina era una mierda. Lo dicho. Un crack.Un crack.Un crack.Un crack.Un crack.Un crack.

  • Lute que se va y es en ese momento en el que la mujer llama a la tienda, y ahí nos relata que, primicia, en vivo y en directo, el chavalín está repitiendo el “capítulo derrapes” (para cualquier duda ver segundo epígrafe, que paso de copiar-pegar). Ahí es donde, cómo no, me toca ir a partirme el cobre (no sé si con ella o con él) y claro, poner el culo y pedir perdón. Fui a casa del cliente con una botella nueva de Coca-Cola y las 125 ptas. de propina (que, por cierto, para el año 1.999 era una propina muy a tener en cuenta).

  • En mi viaje hacia la casa, me detiene la policía y la presunción de inocencia quizá la empleen con su madre porque a mí, sin preguntar ni dejarme explicar nada, me querían llevar detenido. Hasta que no les dije que yo también le tenía ganas a mi compañero, no empezaron a sopesar la posibilidad de que, a lo mejor, qué cosas, había más de un repartidor en una misma tienda (pienso mirar qué requisitos piden para ser policía, me veo capaz). Tras convencer a los policías de que me dejaran seguir, al llegar al cruce de las calles, casi es peor el remedio que la enfermedad. La sílfide había ya dejado de hacer el imbécil y se había ido pero su recuerdo se mantenía allí. Como quiera que de altura éramos más o menos, y que con casco todos somos igual de bellos, la gente allí me tomó por él. Los insultos no me afectaban (de hecho , un buen insulto estando atado con unas esposas a una cama en la que....), no me afectaban, decía, pero no sé, quizá yo haya salido un poquito sensible, pero las pedradas que me tiraban algo sí que me molestaban, la verdad. No sabía que había hecho aquel desgraciado, pero la gente allí aún arremolinada (habría acabado de marcharse) me llamó de todo, de tiró cosas y hasta hubo quien me persiguió corriendo con la intención de tirarme de la moto.

  • Llegué a la casa, pedí perdón de mil maneras distintas y la mujer entendió que los genes recesivos no tienen por qué ser comunes a todos los compañeros de un mismo trabajo. Así que le pusimos un poco a parir, nos compadecimos de él y me fui. Al bajar al portal pude comprobar que en España si queremos hacer algo, la pereza no nos impide nada. Mi moto, amén de estar tirada en el suelo y con la rueda trasera pinchada, tenía pintadas con graffitti diciendo no sé qué de mi madre (no me acuerdo). ¡Qué poco tiempo había hecho falta para conseguir material vandálico!. Si es que si nos ponemos, nos ponemos.

  • En viaje de vuelta a la tienda lo hice por las calles que supuse que él habría tomado, para ver si así podía dar con él antes de llegar a la tienda, donde estaba la jefa. Craso error. Una mente como ésta funciona al revés (o no funciona). Llegué a la tienda y allí no había rastro de él, así que volví a las calles (qué mal suena) a por él.

  • Como en las películas. Lo mismo. Se sabía por dónde había estado por el destrozo que había hecho. ¿Atila? Un pringao al lado de éste. En un parque se había cargado dos árboles (recién plantados, de estos finitos; tampoco nos flipemos), había cubos de basura volcados, cartones en medio de la carretera... y sobre todo, miradas asesinas a mi paso. Como pista, era infalible. Así que pude dar con él, en la lejanía. Se cruzó la Plaza Mayor del pueblo, de cabo a rabo, varias veces mientras iba pitando para no matar a los pobres abuelos (por cierto, la densidad de población de tercera edad en las plazas mayores asusta, es algo que tendremos que someter a estudio en breve). En la plaza está también la sede de la policía que le vio cruzarse de una punta a otra. ¿Qué hicieron? Yo, que llegué a los pocos segundos, y que no crucé la plaza, si no que esperé en una de las calles, fui detenido. Ver para creer. El loco de la colina acababa de reírse de ellos y había desaparecido por la otra punta de la plaza y yo, esperando y sin hacer nada, era el detenido. Creían que era yo (debe ser que tengo el don de la ubicuidad y no lo sé). Estos policías no eran los otros que me detuvieron, lo cual confirma mi duda: ¿Qué les pedirán para entrar?, ¿10 euros?. Ahora mismo miraré los requisitos (si los hubiera) para ser politronchi.

  • Por fin coincidimos en la tienda, jefa, Rober y Croqueta Man. Qué curiosas son estas situaciones; es tan surrealista que no sabes ni qué preguntar primero. Recuerdo que la jefa sólo pudo decirle que si él tenía algo que decirnos y su respuesta fue para ponerla en la lápida: “Voy al servicio y comemos”. Lo dicho. Un crack.

Al día siguiente, el jefazo le dijo a Eleuterio que estaba despedido. Él lo flipaba, no sabía que había hecho mal. Se puso a llorar como un niño pequeño. Entre sollozos nos dijo que la vida le había tratado muy mal, que había tenido una mala suerte horrible, que no sabía por qué le pasaban esas cosas.... Luego vino la fase violenta. Se lió a golpear cualquier cosa que hubiera dentro de la tienda, a tirar las sillas y mesas contra la pared, a golpearse la cabeza,etc. y todo ello mientras maldecía su mal fario y que quería morirse y lindezas similares.

La investigación sigue abierta. Cuando alguien sepa cómo tenía este chaval estructurada la sesera, será el mayor avance científico del siglo.