domingo, 28 de diciembre de 2008

EPISODIOS NACIONALES (II)

SEGUNDA SERIE, LOS LUPANARES. ESOS GRANDES INCOMPRENDIDOS

Vaya por delante que nunca he necesitado de entrar en estos sagrados lugares por motivos personales, tan sólo profesionales. Sé que esta explicación no se la cree nadie pero a Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar... que jamás volveré a pasar hambre, así que no se descarta nada en esta vida de sinsabores (bueno, sabores los hay a cascoporro en estos lugares...).


Pase, joven, pase

Resulta que un día cualquiera,en mi más profunda ignorancia, me toca ir a llevar una pizza a uno de estos lugares tan solicitados. Las luces de neón rosas no me decían nada. El luminoso letrero con una mujer dentro de una copa, tampoco (repito, mi primera experiencia burdelística, a día de hoy algo voy asociando yo solito).

Entro en aquel oscuro lugar (todas el presupuesto para las luces se lo debían haber gastado en el cartel de la mujer) cuando me acerco a la barra, como hacía en cualquier bar normal. El hecho de que la camarera llevara menos ropa que Espinete,no sé, me sorprendió. Y cuando por fin pude mirarla a los ojos descubrí que de buen rollo, buen rollo, no iba sobrada la mujer (mujer hecha y derecha, ya casi encorvada). Pregunto por el nombre que nos habían dado (ahora no recuerdo si Jenny, Cindy, Pamela o cualquier otro nombre claramente virginal e inocente) y me dice que entre por la puerta del fondo.

Pues vale, pues entro.

¡¡¡¡Ay, Dios!!!! Aún no se me ha quitado la imagen de la cabeza (esto pasó cuando Franco era corneta, aviso). En el cuarto había un hombre gordo, peludo, con cara de sabe Dios qué y con una chepa con la que seguro que le habían tocado ya dos o tres millones de veces la lotería. Estaba de pie, junto a la cama. Ella... ella no. De hecho, no creo que ella tuviese hambre, así que imaginé que la pizza era para el Duke (así, con k).

En honor a la verdad he de decir que ella era una profesional como la copa de un pino; no la importó que hubiera alguien más allí (¿quizá le gustaba la idea?). Ella había ido a hacer un trabajo y a fe que lo iba a acabar. Menos mal que el hombre se sintió algo incómodo (y no era para estarlo, dada la situación) y le dijo a aquella aspiradora humana que parase.

Me pagaron la pizza, me hundieron la vida y me fui. Desde entonces es que ni me toco para mear.


Lopene de Vega

Había una cosa que me ocurría siempre al llegar a estas casa de citas. Imagino que le sucedería lo mismo al gremio de pizzeros al completo... bueno, sé de uno al que seguro que no.

En cada pedido, al hacer la entrada triunfal tras la puerta blanca a la que empujabas pero siempre había que tirar (alguna vez intenté hacerme alguna regla memtécnica con el tema pero acabé liado: a esos sitios vas a tirarte alguna empujando... así que no me sirvió), siempre, siempre, siempre, y a pesar de que uno iba enfundado con moto (sé de uno que metió una dentro una vez), chubasquero, gorra y comida, siempre, repito, llegaba alguna ofreciéndose (sabe Dios qué fantasías habrán tenido que cumplir las pobres).

El caso es que con tu santa paciencia decías que no, que estabas trabajando (ellas seguían; sabe Dios qué fantasías....) y ya, cuando veían que no tenían nada que hacer con el único menos de 120 años del local, subían la oferta: te sugerían la pizza como moneda de cambio. Qué queréis que os diga, alguna vez y en el supuesto de que alguna de ellas no hubiera vivido la Guerra Civil, yo me lo hubiera planetado. Total, con llegar a la tienda y decir que te han asaltado (la virginidad en este caso, ¡menos mal que aún la conservo!), era suficiente.

Pero es que ellas mismas te enseñaban por qué se dedeicaban a eso y no, qué sé yo, a impartir filología hipánica, por poner un ejemplo. Como comerciales, tampoco hubieran vendido ni un vaso de agua en medio del Gobi. Tú estabas allí, queriendo salir, esperando a que quien fuera saliera del cuartucho (la otra opción era entrar, y ya conocemos el capítulo de Jenny-Cindy-Pamela) y se te acercaba esa mujer, sonriendo con sus 12 dientes (que ya era mala suerte que no estuviesen seguidos) y te decía lindezas literarias del tipo:

  • “Hola, mi amol [siempre con l; sería por lo de los 12 dientes]. ¿Esa picha [siempre] es de calne?, ¿y si me la cambias por otra calne mejol? [que me gustaría saber por qué decían “otra” y no “otla”]”. [Una vez, lo juro por el Colacao Turbo, a una la contesté que no era de carne, que llevaba pescado. Mi arrepentimiento sigue vigente hoy día; no pienso contar nada de cómo acabó aquello].

  • “Hola, bombón. ¿Qué te parece que me des la picha y yo te de el postre?. Hoy tengo mucha, mucha hambre”

  • “Hola, guapo, y si nos comemos la picha juntos y si me quedo con hambre ya me busco yo por dónde seguir?”....

Bueno, esa es la idea. La idea es que siempre iban a lo mismo. Llegué a pensar que aquello era vicio puro y duro. De hecho, un día una de ellas me dio su teléfono para que la llamara cuando no trabajaba. Le había parecido muy guapo y quería conocerme. Recordemos el presupuesto dedicaso a las luces interiores; de ahí que nunca la llamara, no quería quitarle el mito de pizzero atractivo.

El caso es que llegué a la conclusión de que aquellas mujeres necesitaban dos cosas: un curso de literatura rápida (bueno, intuyo que en la pobre vida de aquellas mujeres todo era rápido) y algún que otro hombre digno de ver (los que había en los lugares cuando yo entraba eran dignos de no ver), así que desde aquí hago un llamamiento a los hombres guapos (yo no cuento, esto es como los concursos, en los que no pueden participar organizadores ni familiares) para que les den alguna alegría a esas mujeres que tan buena labor social hacen. Que se lo han ganado.


Por tonto

Otro día llego a uno de estos lugares onde tanto se disfruta y me encuentro lo siguiente: un hombre de una cierta edad rodeado de cuatro mujeres de cierta desvergüenza. Explícome. El hombre no llevaba una tajada, llevaba el melon entero; ni veía, sólo medio sonreía (ése era todo el control que tenía sobre su cuerpo) y ellas le estaban desplumando a velocidad de escándalo. Al pobre hombre le decían que pusiera el billete en el esocte de alguna de ellas, y con el roce del pechamen (que ya ves tú lo que se enteraría de aquello), las 5.000 ptas. estaban justificadas.

Naturalmente, el pedido “lo había hecho él”. Según saqué la pizza, las cuatro víboras se abalanzaron sobre ella, las cuatro raciones de alitas y las cuatro bebidas; él sólo sonreía. Ellas me miraban complacidas. Tanto, que ni se ofrecieron a nada, simplemente me preguntaron cuál era el precio. Éste no llegaba a las 3.000 cucas pero dado que las vueltas no se las iba a quedar él, redondeamos: 4.995 ptas. Todos allí sabíamos la verdad, pero era la táctica de la hiena: no me jodes, no te jodo (curiosa táctica tratándose de las mujeres en cuestión).


Código secreto

En uno de las últimas ocasiones en que tuve la fortuna de entrar en uno de estos lugares de olorosa concentración y dudosamente salubre sabor (a Dios gracias que no lo sé en primera persona), resultó que infringí la ley no escrita (entonces no es ley, ¿no?) de los tugurios sexuales.

Resulta que en cada uno de estos centros de placer hay tantas banquetas como mujeres. Si te sientas en una, automáticamente, pasas al lado oscuro de la sexualidad masculina. Sentarse en una banqueta es sinónimo de que no has ido allí a pelar la pava (si acaso a que te la pelen a ti).

Pues en otra de estas situaciones en las que evito el momento Jenny-Cindy-Pamela y como se alarga y se alarga (cuidado, hablo del momento, no de nada más). Pues eso, que se alarga que el cliente baje, voy (como al cuarto de hora; sí, el tío era una máquina para lo que allí desfila) y me siento. No he terminado de poner mis ingenuas posaderas en aquella banqueta de mala muerte cuando se me abalanzan dos mujeres de vida difícil (y banqueta fácil). La segunda parte del juego es que se dejan sobar hasta el páncreas (si no, ellas hacen que las sobes) y con quien elijas quedarte, digamos que gana. No sabéis la suerte que tenéis de saber esto mediante un blog. Ni idea.

Allí les dio igual a ellas, a la camarera, a los clientes y a los gorilas de “CONTROL” (por cierto, se llevarán plus por publicidad?) que yo estuviera con el disfraz de pizzero (una vez más: sabe Dios qué fantasías...). Allí me miraban con odio nada escondido; si me había sentado en la banqueta era porque buscaba, inequívocamente, tumbarme en la planta de arriba.

El cliente tardó aún un rato en bajar. Para cuando lo hizo yo estaba enzarzado en una discusión con dos hombre que, curiosamente, se habían mantenido en pie todo el rato (he aquí otra cosa digna de saber: la de tíos que entran, sobran, soban y requetesoban -siempre de pie, claro- y luego se van). El cliente acabó defendiéndome, aunque con la sonrisa con la que bajó el primo, sinceramente, a ése le daba todo igual. Incluso me dio una propina digna de mención. Sí, le daba todo igual

Así que, jóvenes, si alguna vez os veis forzados a entrar en algún sitio de éstos (salvo Pocholo, a los demás siempre “nos harán el lío”), recordad el código que se gastan.Yo tuve suerte con los gorilas, porque si llegan a ser de “DUREX” hubiera acabado muy mal la cosa.



Feliz 2009.


EPISODIOS NACIONALES (I)

Wassaaaaaaaaaaaaaaap?:

Se comenta que D. Benito Pérez Galdós escribió sus archifamosos episodios nacionales, 46 para ser más exactos. Como quiera que con 46 yo no tengo ni para pipas, la división ser hará en sus cinco series y consistirá en una breve referencia a cada uno de los acontecimientos acontecidos en la contienda de contención.

Dese cuenta el lector [aquí me dirijo al lector (como si lo hubiera) como cualquier Premio Planeta que se precie] de que cada uno de los siguientes episodios tienen su historia completa, con sus personajes, su marco espacio-temporal, sus localizaciones,... pero como total, me voy a llevar la misma pasta si lo hago saber como si no, pues me reservo el derecho (y los detalles) para mi obra póstuma, que eso siempre tiene más tirón (el truco es hacerte pasar por muerto y así disfrutar de algo de lo tuyo porque si no ya es el colmo de las injusticias).


PRIMERA SERIE, HOTEL DULCE HOTEL

Dícese de los hoteles que son lugares fríos, que no tienen el encanto de un hogar, que les falta un yo qué sé qué sé yo... Pues a ver a quién es el guapo que no recordaría con cariño, sincera satisfacción y profundo amor las siguientes anécdotas si tuvieran lugar en su hogar:

Jesusito de mi vida...


Érase que se era el bueno de Robber llegando a un hotel, a una habitación cualquiera (el recepcionista me había dicho que subiera). Tras llamar y oír los femeninos gemidos a los que uno estaba acostumbrado en estas circunstancias (hay mucho hacedor de gemidos por ahí suelto) me abrió la puerta un hombre. Allá va: de estatura media y complexión ligeramente musculosa (pongamos que en lugar de el Duque, le podemos denominar el Conde, no era para más), tenía unos ojos azules que daban miedo (literal), muuuuuucho miedo; tuve la sensación de que me estaba perdonando la vida durante el tiempo que duró aquel encuentro. Sólo llevaba puesto un short y tenía el cuerpo lleno (lleno 100%, piernas, tríceps, deltoides y esternocleidomastoideo incluidos) de frases, pero no tatuadas,no. Estaban escritas con un simple boli azul (BIC, seguro; es más BIC cristal, que escribe normal). Estaban en latín (no me detuve tanto tiempo como para leer ninguna completa, no quería que me invitase a entrar...). De fondo aprecié unas piernas de mujer (muy bien puestas, por cierto (bueno, estaban muy bien puestas porque estaban puestas en una cama, claro)).

Ladies and gentleman, he de hacerles una confesión. Es cierto que uno es muy machote y tiene un espíritu (atención nenas) protector y muy masculino que impresiona sólo con verme; por no hablar de mi físico portentoso (nenas, nenas, nenaaaaaas) que lo tiene todo grande. Sí, todo eso es cierto. Pero cuando ves que el hijo de Satanás se ha hospedado en aquella habitación, lo menos que te haces es caquita....

(Lo anterior lo negaré en público siempre; menos mal que este blog no lo leo ni yo).

Una vez intercambiados comida y dinero cerró la puerta y antes de que me diera tiempo a salir corriendo (también literal) el Enviado de Lucifer comenzó a gritar despavorido frases en latín (o en danés medieval, que lo mismo me da) y ella también comenzó a gritar salvajemente. Dada mi virginidad y mi exacerbada (o exacervada, la RAE me coge las dos) misoginia, desconozco si aquellos alaridos eran buenos o malos. Me la repanpinfla. Huí como alma que lleva el diablo (que en ese momento estaba en una habitación sabe Dios (su enemigo) haciendo qué).-


El valor del dinero

Allá que voy otro día a otro edificio de habitaciones de éstos. Con el miedo de acompañante y la vergüenza dejada en la tienda, acudo al nuevo pedido. Subo a la habitación, llamo, entrego el pedido y el cliente, muy educado, me dice que si tengo cambio de 5.000 ptas. Como hombre precavido vale por dos (atención nenas, conmigo es como si estuvierais con dos) le digo que sí, que llevo cambio. El pedido eran 1.675 ptas. y me dice que no le devuelva todo, que le dé nada más que las monedas.

Como quiera que uno es honrado (= imbécil perdido) no le hago ni caso e interpreto que se ha equivocado y lo que ha querido decir es que le devuelva, precisamente, las monedas. Pues total que le suelto los 3 talegos (qué vocabulario más bueno hemos perdido con el euro) y me dice que si soy idiota, que le dé las monedas. Pues vale, tío. Toma las monedas. Cuando estoy haciendo el gesto de darle las monedas me dice que coja los billetes, que me los quede de propina. Flipo en 3 dimensiones, le doy las gracias y le digo que le debo un duro, que me he quedado sin ellos....

Menos bonito me llamó de todo. Que si era un incompetente, que si era un ladrón, que si le estaba tomando por tonto, que si quería robarle,.... Yo ahí flipaba ya en 78 dimensiones, no entendía nada. El colega me insultó y me llamó de todo, cosa que le permití por los billetitos que me había dado, claro. En realidad fui como los coches de choque: por 3.000 ptas. puedes insultarme durante 5-10 minutos (este mismo sistema luego se lo apropió “Crónicas marcianas” años más tarde con sus honorables invitados).

Total, que el tío se vistió, bajamos a un bar y allí cambié una moneda de 25 ptas. por cinco duros para darle uno a él, que se volvió al hotel indignado. Yo me volví con las 3.000 cucas, pero sin estar indignado.


Revisión oftalmológica

Otra vez en ruta, otra vez a un hotel (esta vez al mismo que en el caso del tatuado a boli), otra vez subo a la habitación, otra vez llamo, otra vez me abre un hombre y otra vez parece que el pedido será normal.

He de decir que el hombre era de bastante buen parecer así que no me extrañó que de fondo se pasease una morena espectacular en tanga (sí, sólo tanga) por la habitación. Yo intentaba mirar al hombre pero no sé, había una mano invisible que me empujaba la cara con una fuerza incontenible hacia el lugar en el que estaba ella.... He aquí los beneficios de los bizcos: le dediqué un ojo a cada uno. Dado que la gente no sabe cuál es el ojo bueno, intenta no mirarte mucho, lo cual yo aproveché para dedicarle los dos ojos a ella. Casi me quedo bizco de verdad.

Pero cuando ya estaba dándole las vueltas al afortunado, aparece desde la zona de la cama otra morena igual a la primera. Era otra, sí, su hermana gemela. Verlo para creerlo, también SÓLO en tanga. Si no llega a ser porque cada una llevaba el tanga de un color, a día de hoy sigo pensando que aquello fue invención de mi cabeza. Tengo la certeza de que no lo fue porque no soy tan idiota de perder recursos imaginativos en algo tan estúpido como la ropa, me hubiera decantado por otras partes. Seguro.

El día que tenga un hijo le pondré el nombre de ese hombre, que desde aquel día es mi héroe.


Chiquitín

Vaya por delante que si mi padre hubiera puesto un poquito más de empeño (7 cm. concretamente) mi altura serían los dos metros. Paso a relatar el siguiente episodio.

Llego a un hotel (sospechoso de tener fama de lugar de encuentro entre meretrices y hombres con dificultad para seducir a las mujeres), llamo a la habitación y me abre una más que probable mujer de vida fácil (es la peor descripción de un trabajo que conozco) completamente desnuda.

Recordemos mi virginidad y mi poco interés en las mujeres en general. Si la miré, si la remiré, si la admiré e incluso si babeé (no está confirmado, que conste) fue por pura curiosidad, nada más. Si me quedé allí tieso (......) no fue por ningún tipo de interés carnal o sexual, es algo obvio.... Total, que ni me dio tiempo a entregar la picha la pizza, LA PIZZA!!!. Allí llegó una criatura del Averno (como ser humano le veía defectos) más ancho que alto y eso que me cogió del cuello y me dejó con los pies colgando (así que imaginemos la altura y por ende la anchura de aquel cruce entre cachalote y mamut).

La escena fue esperpéntica. Me llevó (literal, también literal) colgado del cuello (qué resistencia tienen los polos de la pizzería, por cierto) hasta la planta de abajo. Yo no entendía nada, claro, y me jugué el pellejo y el de toda mi familia preguntándole que si estaba loco. ¡¡Resultó que aquel espécimen conocía el lenguaje humano!! (en su versión rumana, eso sí, iba a ser mucho pedir que me entendiera) y empezó a decir cosas en las que sólo había palabras con jotas, emes, kas y zetas. Ya abajo, el jefe (versión carpato-española de su disciplinado Uruk-hai) me dijo que el otro vociferaba que me había metido ahí para ver a la otra mujer desnuda.

Cuando me soltó el energúmeno (estuve un rato viendo el mundo igual que Fernando Romay, qué sensación) y se pudo hablar con el jefe (con el otro no, con el otro lo único que se me pasaba por la cabeza era tirarle un ciervo para que se lo comiera allí, encogido sobre sí mismo, contra la pared), le pregunté que si él veía normal que yo me haga con una moto, un traje “oficial” de pizzero, una pizza y un compinche que, estando con aquella mujer, llamara a la pizzería para así tener excusa y yo verla desnuda....

¿Qué me contestó el domador de fieras? Que ojalá ellos se hubieran tenido que tratar con clientes tan poco retorcidos....

No quise preguntar, el otro (lo otro) se había dado la vuelta, yo estaba de nuevo en su campo de visión y no tenía ningún ciervo a mano....


Yo controlo. Sólo con condón, sólo con coco, no rollos, no tontos, no bobos. Sólo con dos chorbos.

Llego a un hotel (esto lo digo mucho últimamente, ¿no?) y el muchacho de recepción, con la alegría que podría tener un joven de 20 años que está currando el sábado por la noche (vamos, la misma que llevaba yo encima) me dice que no puedo subir a la habitación, que he de esperar a que baje el cliente. Pues vale.

Y el cliente que baja, vaya si bajó. Ataviado de un pijama (normal) azul clarito (normal) con sus ositos de decoración (menos normal) y sus botones desabrochados de la bragueta (podríamos considerarlo normal).... y su pajarillo asomándose un poco (dado lo anterior también podría ser normal) y, quizá para que no pasara frío el pajarillo, llevaba puesto el plastiquillo ése que no le hace gracia al Papa y sus secuaces (desde entonces supe por qué: ellos también le habían visto al colega con la pistola enfundada). Qué estampa, por Dios. Jamás pensé que eso me diera tanto asco. De hecho, siempre se asocia dicho elemento a algo bueno, momento ven nena, episodio alegrote como mi....

Desde entonces uso la píldora.


El listón más bajo del mundo

En uno de los últimos pedidos que tuve la fortuna de realizar a un hotel perdí la posibilidad de experimentar una nueva vivencia (qué tonto soy a veces, madre mía; lo miro con perspectiva y ...bueno, no sigo, que más de uno se lo creerá). El caso es (quiero terminar pronto con esta historia) que subo a la habitación y me abre la puerta un hombre de unos cuarenta años. No destacaba ni para lo bueno ni para lo malo, lo que es un hombre corriente (éstos son los peores). Tras entregarle la pizza me dice que si quiero pasar, que está dispuesto a pagarme en carnes... Si no salí de allí corriendo es porque la carrera me hubiera costado casi veinte euros de mi bolsillo (es decir, cuatro cubatas, lo que no es moco de pavo) así que, como buenamente pude, decliné tan suculenta oferta, a lo que él contraatacó subiendo la apuesta: que no tendríamos por qué hacer nada homosexual, él haría de mujer y listo. Repito: ¡¡ERAN CUATRO PELOTAZOS!!. aguanté el tipo como pude, seguí declinando tan magnánimo chollo y él me contestó que no tenia nada de dinero, así que tuve que llevarme la pizza de vuelta.

Amigos, reflexionemos todos juntos:

1.- Premeditación y alevosía lo llaman en mi pueblo a esto. La cosa es que el depravado éste pidió la cena (bueno, en sus planes había más cena que la pizza...) sin saber quién se la llevaría por lo que, dado el plantel existente en ese momento en la pizzería, se arriesgaba a que se le apareciera un chico, una chica, un ser humano de las distintas razas (conocidas), un expresidiario, un menor, un hombre de más de 50 años, una lesbiana con pinta de lesbiano, chavales vírgenes, maduros asedia vírgenes, depravados (había dos en concreto mucho peor que este hombre), guapos, feos, feísimos, horribles, horrorosos, inclasificables, etc. (sí, la pizzería era así si no ¿por qué si no iba haber encontrado curro yo tan rápido?). A él le daba igual quién (lo que) apareciera, pensaba pagar en carnes. Olé por él, seguro que siempre liga cuando sale de caz... de ligue.
2.- Supongamos que va así por la vida, ¿cómo pensaba pagar el hospedaje del hotel?. Antes de que nadie conteste, comentaré que el recepcionista (pobre recepcionista), por su cara, no había llegado a los veinte años y, también por su cara, no había llegado a nada con ninguna mujer. Ojalá su primera experiencia no fuese la que yo rechacé y que él, cómo no, por su cara, no iba a tener el valor de decir que no a un hombre mayor que él....
3.- ¿Tendrá algún tipo de relación el hecho de cenar pizza con estar hecho polvo como ser humano? Porque seguro que a los del Burguer King estas cosas no les pasan.... Y si no, que alguien me dé la dirección de algún blog en el que lo diga.


Sí debo

Me remito a la historia de mismo título publicada allá por octubre. Era un bodorrio, sí, pero estas cosas sólo pasan en los hoteles...


Hostales, posadas y fondas


En estos santos lugares las historias son más surrealistas aún pero en este caso no las revelaré a no ser que sea en una obra póstuma ya que en estos casos temo realmente por mi integridad física en general y mi vida en particular.

domingo, 14 de diciembre de 2008

DELGADITO, ELLAS NO QUIEREN TUS HUESOS...

Juventudes socialistas y nuevas generaciones peperas:

La vida es una inquietud y no, no somos nadie. Resulta que a veces en este camino que llamamos vida (no sé quién diría esto pero la ingesta de cigarritos de la risa del autor era de órdago) hay que bajarse los pantalones hasta los tobillos y encima sonreir mientas ves lo que te van a meter (no, miedo no es, efectivamente)....

A long, long time ago (érase que se era), nuestra pizzería, en un alarde de rigurosidad profesional, y siempre bajo unos criterios estrictos e inamovibles, y de acuerdo con la línea de principios y valores que han caracterizado a la empresa, contrató a un repartidor (llamémosle Eleuterio, para preservar el anonimato de tan insigne repartidor. Además no tengo ni pajolera idea de su nombre, lo olvidé hace ya unos años, concretamente al día siguiente de que le echaran).

Eleuterio era (seguirá siendo, esperemos) un chaval de unos 22-23 años, de 1,95m. de estatura y unos, tranquilamente, 160-180 kilos de peso. Un figurín, vamos. Es una de esas personas con las que te chocas y explotas, ni sufres. Además tenía anorexia, porque se miraba al espejo y se vería gordo. Que conste que no tengo nada en contra de los altos, de los jóvenes ni de los gordos, y mucho menos de nadie con cualquier tipo de combinación entre esas características, pero a ese muchacho no se le debería haber contratado en la vida. Por lógica pura:

  • La motocicleta no podía soportar el peso del escuchimizado.

  • La comida a la que tenía derecho cualquier trabajador era, en su caso, pizza y media familiar, la pila de patatas, un cerro de alitas de pollo y un camión de Coca-Cola (curiosísimo, el espabilado bebía Coca-Cola Light... -estaría preocupado por su físico, quizá. El resto también estábamos preocupados por su físico, fundamentalmente si venía hacia nosotros-).

  • No había ropa de su tamaño.

  • Infundía miedo a los clientes (y yo muy listo no seré pero tener acojonado a quien te da de comer, como técnica de marketing, no sé, le veo lagunas).

El caso es que este hombre, además de lo exterior, tenía un interior peculiar. Teorizo yo que será a que desde pequeño (si alguna vez lo fue) nadie tenía valor a decirle-hacerle-sugerirle-comentarle nada y de ahí que fuera siempre perdonando vidas (salvo si te chocabas contra él, ahí no perdonaba nada). Dada su forma de ser, los clientes se las tenían tiesas con él (pero poco, sólo hasta que te miraba mal, luego se olvidaba todo), y creó más de uno y más de tres líos a nuestro nunca bien ponderado establecimiento de comida sana, sanísima. El capítulo más morrocotudo fue aquel en el que se granjeó la enemistad de decenas (sí, decenas) de personas en algo más de media hora, personas éstas de toda índole, creencia, oficio, perversión sexual y profesión.

Era sábado (sí, eso, sábado) y estábamos en la hora de la comida. Los tres únicos repartidores éramos él y yo (si se suman los kilos totales ahí había tres repartidores). Eleute (yo era su amigo, podía llamarlo como quisiera) se va a entregar un pedido, sin más. Según volviera él, dadas las horas, comeríamos (ya estaban en el horno las toneladas de comida). El caso es que empieza a tardar más de la cuenta, pasa más tiempo de lo que podría considerarse normal y suena el teléfono. Era el cliente del pedido.

Una mujer alterada, indignada, fuera de sí, profiriendo gritos, insultos y amenazas varias. Cuando conseguimos calmarla nos relata el proceso del pedido. Paso a comentárselo a Ustedes, jóvenes:

  • Eleute sale de la pizzería, se salta un semáforo recién cambiado a rojo y le pesca la policía, que le sigue (acostumbraban estos agentes de la autoridad a meternos miedo cuando hacíamos algo así, pero en el fondo sabían que por el sueldo que teníamos, estábamos casi obligados a hacerlo. En estos casos, te mostrabas educado, reconocías tu error, prometías no volver a hacerlo y, aunque todos sabíamos la farsa que era, cumplíamos nuestro papel en la obra). Lumbreras Boy en lugar de detenerse, intenta huir (recordemos que las agónicas motos no podían con el peso, las ruedas se hundían en el asfalto y en bici -palabrita del niño Jesús- se iba más rápido) y los policías, tras varios intentos, consiguen detenerle (quizá alguno se bajara del coche de policía y yendo andando le parara, eso ya se me escapa). De este suceso nos enteramos por la multa que le pusieron, la cual se quedó pequeña para todos los cargos que le pusieron: infracción por saltarse un semáforo, falta de permiso de conducción, intento de huida, desacato a la autoridad, intento de agresión a un agente y amenazas al conjunto del cuerpo policial (éste solito podría con todos, eso seguro). La policía tiene delante a un tío más peligroso que el hijo de Antonio Anglés con el asesino de la baraja y le deja libre.... Eleuterio era para verlo, les entiendo a los agentes perfectamente.

  • Prosigue nuestro héroe su viaje y al llegar al cruce situado junto a la casa del cliente, en pleno cruce comienza a describir con la moto círculos, haciendo derrapes con la rueda trasera girando la moto sobre sí misma y él sobre ella. ¿Por qué lo hizo? A día de hoy nadie se lo explica, han encontrado más sentido a la mente de Jack el Destripador que a este espécimen. Sin motivo ninguno él supo que debía hacerlo, que estaba llamado a ello. Era el momento y el lugar.... el caos que se montó fue chico: vehículos de los cuatro sentidos de circulación esperando que al bandarra de la moto se le fuese la enajenación mental. Allí había esperando coches, motos, autobús urbano, camiones, etc. y cuando comenzaron a tocar el claxon (ay, pobres inocentes) fue cuando el cliente (bueno, y la calle entera) salieron a la ventana a ver qué pasaba. Pasaba un tío enorme haciendo el idiota. Cuanto más le increpaban, más feliz era él haciendo los trompos. Me consta que llamaron a la policía (aquello duró como un cuarto de hora) pero estoy convencido de que en el momento en que a los agentes se les dio la descripción, justo en ese momento, se acordaron de que tenían que patrullar en Los Monegros y contar los granos de arena.. . Qué mala suerte tuvieron que no pudieron ir a detener al chiquitín.

  • Cuando, siguiendo la misma lógica imperante, decidió que ya estaba bien de vueltas, se dirigió a la casa del cliente (recordemos que seguía disfrutando del espectáculo). Subió a su casa, le hizo entrega de la pizza (que, para colmo de males, era una pizza sólo de queso, con lo que, debido al vaivén esa pizza podía tomarse en formato yogur) y cuando la mujer le increpó acerca de lo que estaba haciendo, Lute la llamó de todo, la amenazó con hacerla comer la pizza de un bocado y le dijo que más la valía cerrar la boca, no fuera a ser que tuviese que entrar en la casa y hacerla callar... Y de remate agitó delante de ella la botella de dos litros de Coca-Cola que llevaba el pedido y la miró desafiante. Un crack. El pedido eran 1.875 ptas, ella le entregó 2.000 y él volvió a insultarla porque decía que 125 ptas. de propina era una mierda. Lo dicho. Un crack.Un crack.Un crack.Un crack.Un crack.Un crack.

  • Lute que se va y es en ese momento en el que la mujer llama a la tienda, y ahí nos relata que, primicia, en vivo y en directo, el chavalín está repitiendo el “capítulo derrapes” (para cualquier duda ver segundo epígrafe, que paso de copiar-pegar). Ahí es donde, cómo no, me toca ir a partirme el cobre (no sé si con ella o con él) y claro, poner el culo y pedir perdón. Fui a casa del cliente con una botella nueva de Coca-Cola y las 125 ptas. de propina (que, por cierto, para el año 1.999 era una propina muy a tener en cuenta).

  • En mi viaje hacia la casa, me detiene la policía y la presunción de inocencia quizá la empleen con su madre porque a mí, sin preguntar ni dejarme explicar nada, me querían llevar detenido. Hasta que no les dije que yo también le tenía ganas a mi compañero, no empezaron a sopesar la posibilidad de que, a lo mejor, qué cosas, había más de un repartidor en una misma tienda (pienso mirar qué requisitos piden para ser policía, me veo capaz). Tras convencer a los policías de que me dejaran seguir, al llegar al cruce de las calles, casi es peor el remedio que la enfermedad. La sílfide había ya dejado de hacer el imbécil y se había ido pero su recuerdo se mantenía allí. Como quiera que de altura éramos más o menos, y que con casco todos somos igual de bellos, la gente allí me tomó por él. Los insultos no me afectaban (de hecho , un buen insulto estando atado con unas esposas a una cama en la que....), no me afectaban, decía, pero no sé, quizá yo haya salido un poquito sensible, pero las pedradas que me tiraban algo sí que me molestaban, la verdad. No sabía que había hecho aquel desgraciado, pero la gente allí aún arremolinada (habría acabado de marcharse) me llamó de todo, de tiró cosas y hasta hubo quien me persiguió corriendo con la intención de tirarme de la moto.

  • Llegué a la casa, pedí perdón de mil maneras distintas y la mujer entendió que los genes recesivos no tienen por qué ser comunes a todos los compañeros de un mismo trabajo. Así que le pusimos un poco a parir, nos compadecimos de él y me fui. Al bajar al portal pude comprobar que en España si queremos hacer algo, la pereza no nos impide nada. Mi moto, amén de estar tirada en el suelo y con la rueda trasera pinchada, tenía pintadas con graffitti diciendo no sé qué de mi madre (no me acuerdo). ¡Qué poco tiempo había hecho falta para conseguir material vandálico!. Si es que si nos ponemos, nos ponemos.

  • En viaje de vuelta a la tienda lo hice por las calles que supuse que él habría tomado, para ver si así podía dar con él antes de llegar a la tienda, donde estaba la jefa. Craso error. Una mente como ésta funciona al revés (o no funciona). Llegué a la tienda y allí no había rastro de él, así que volví a las calles (qué mal suena) a por él.

  • Como en las películas. Lo mismo. Se sabía por dónde había estado por el destrozo que había hecho. ¿Atila? Un pringao al lado de éste. En un parque se había cargado dos árboles (recién plantados, de estos finitos; tampoco nos flipemos), había cubos de basura volcados, cartones en medio de la carretera... y sobre todo, miradas asesinas a mi paso. Como pista, era infalible. Así que pude dar con él, en la lejanía. Se cruzó la Plaza Mayor del pueblo, de cabo a rabo, varias veces mientras iba pitando para no matar a los pobres abuelos (por cierto, la densidad de población de tercera edad en las plazas mayores asusta, es algo que tendremos que someter a estudio en breve). En la plaza está también la sede de la policía que le vio cruzarse de una punta a otra. ¿Qué hicieron? Yo, que llegué a los pocos segundos, y que no crucé la plaza, si no que esperé en una de las calles, fui detenido. Ver para creer. El loco de la colina acababa de reírse de ellos y había desaparecido por la otra punta de la plaza y yo, esperando y sin hacer nada, era el detenido. Creían que era yo (debe ser que tengo el don de la ubicuidad y no lo sé). Estos policías no eran los otros que me detuvieron, lo cual confirma mi duda: ¿Qué les pedirán para entrar?, ¿10 euros?. Ahora mismo miraré los requisitos (si los hubiera) para ser politronchi.

  • Por fin coincidimos en la tienda, jefa, Rober y Croqueta Man. Qué curiosas son estas situaciones; es tan surrealista que no sabes ni qué preguntar primero. Recuerdo que la jefa sólo pudo decirle que si él tenía algo que decirnos y su respuesta fue para ponerla en la lápida: “Voy al servicio y comemos”. Lo dicho. Un crack.

Al día siguiente, el jefazo le dijo a Eleuterio que estaba despedido. Él lo flipaba, no sabía que había hecho mal. Se puso a llorar como un niño pequeño. Entre sollozos nos dijo que la vida le había tratado muy mal, que había tenido una mala suerte horrible, que no sabía por qué le pasaban esas cosas.... Luego vino la fase violenta. Se lió a golpear cualquier cosa que hubiera dentro de la tienda, a tirar las sillas y mesas contra la pared, a golpearse la cabeza,etc. y todo ello mientras maldecía su mal fario y que quería morirse y lindezas similares.

La investigación sigue abierta. Cuando alguien sepa cómo tenía este chaval estructurada la sesera, será el mayor avance científico del siglo.


domingo, 23 de noviembre de 2008

COLITA

¿Cómo están Ustedeeeeeeeeeeeeeeeeeees?:

Hoy es un gran día. Ante la avalancha de solicitudes desde las más distintas vías (email, fax, teléfono, sms, Inten-net, blogs, burofax, telegrama, correo romano, anuncios televisivos, carteles en las autopistas, señales de humo, anónimas amenazas de muerte manuscritas, avionetas sobrevolando mi casa con pancartas rogándolo, hombres anuncio -¡¡cuidado con Gallardón!!-, ofrecimientos peticiones de boda y noches de sexo salvaje con varias mujeres a la vez, etc.), he decidido que ya es hora de saber qué pasó con Antonio Sihi en su último día de trabajo.

Habida cuenta de que en su país (un gallifante para quien adivine cuál es) ya es ídolo nacional y que toda calle, parque, edificio o alcantarilla que se inaugure lleva su nombre, este modesto texto se lo dedico a ellos (lo de la amenaza de descuartizamiento y posterior capítulo caníbal por parte de su gobierno no ha tenido nada que ver, es todo altruista y voluntario).

Pues érase que se era un hombre apuesto, viril y exento de las técnicas metrosexuales para demostrar lo valiente que era, que un día se dirigió a entregar un pedido, como cualquier otro (no creo que fuera sábado, eso sólo le ocurría a un humilde servidor). Aquel día había una cantidad de trabajo desmesurada por lo que según llegábamos los repartidores a la tienda ya había uno (o dos, tres o hasta cuatro) pedidos esperándonos, no teníamos tiempo para nada. En esta situación quien más sufrían eran las chicas que estaban dentro de la tienda, ya que no podíamos dedicarles ni un minuto a frotar la pizza con ellas... (tranquis, luego quedábamos todos por la noche y se las recompensaba, ninguna se quedaba sin su ración de cebolla).

Total, que el bueno del señor Sihi (Ramoncín, recuerda que éste es nombre ficticio, de aquí no puedes arañar nada ruin, que eres un ruin) llega a la casa en cuestión. Dado que el ser humano tiene sus límites, de vejiga incluidos, nuestro héroe, antes de entregar la pizza necesitaba aliviarse urinarias necesidades. Aqui menciono que en este tema hay las más variadas soluciones por parte de los pizzeros: acudir a un bar (y ya que estamos nos pedimos un cubatilla, qué menos; hay que ayudar a la economía de este país), ir a casa (y ya que estamos nos hacemos un bocata para ayudar a la economía familiar, que también cuenta), ir a algún escondido árbol o seto (y ya que estamos... bueno, que esto lo leen niños), ir a un bar (es que es lo que más te apetece... sí, siempre íbamos a un bar y ya que había partido...).

Total, que el ídolo de toda mujer (y muchos hombres) estaba frente al cliente, en los segundos previos al estallido uretril. Recordemos dos aspectos importantísimos de este chavalote: su prácticamente nulo desconocimiento del idioma de Bisbal, Pocholo y demás lumbreras, y su también nulo concepto de la propiedad (la selva es de todos, no hay que pedir permiso). Pues el colega le dice al cliente, mientras intenta pasar dentro de la casa de éste,: "¿Baño?, se me cae la gota".

El cliente había salido con su hijo pequeño (es una costumbre muy común: el cliente deja que pague la pizza el niño y éste es súper feliz -¡con qué poco nos conformamos!-), así que bastante tiene con apartar a su hijo de ese pedaso de repartidor-armario empotrado que intenta colarse en su hogar, dulce hogar. Total, que cuando Antonio (Tony for the friends) ya está en el salón, es cogido por el cliente y echado fuera de su casa con gritos e improperios varios (soy muy niño para repetirlos pero era no sé qué de "tu puto país", "los leones", "animales",...(somos muy poco originales, es verdad)).

¿Supondría esto un problema para el crack de las motos?, ¿Cómo reaccionó nuestro amigo?:
a) Pidió educadas disculpas, a la vez que brindaba una sonrisa a padre e hijo y les regaló la pizza. El sol asomó por la ventana entre las algodonosas nubes y todos rieron al unísono. Eran realmente felices.
b) Se enfureció brutalmente y destrozó la vivienda, incluyendo figuritas del salón, fundas del sofá y ese horrible cuadro del salón que todos tenemos.El terremoto alcanzó a baño y habitaciones dejando aquello peor que si Chuck Norris se hubiera dado una vuelta por la casa.
c ) Buscó a la esposa del cliente y la hizo feliz. Desde entonces ella tiene una inamovible sonrisa (aunque anda raro).
d) Aplicó un conjuro de su país y encogió la cabeza del cliente, que dsde entonces se tiene que comprar las gorras en la sección infantil de El Corte Inglés.

[MANDA MACHOTE SIHI SEGUIDO DE LA RESPUESTA CORRECTA AL 696969 Y ENTRARÁS EN EL SORTEO DE UNA NOCHE EN LA SELVA JUNTO A ANTONIO Y TODA SU FAMILIA]. EL GANADOR SALDRÁ EN LAS NOTICIAS DEL VIERNES EN UNA OLLA, A PUNTO DE SER DEVORADO POR LA FAMILIA SIHI. ¡¡MANDA YA TU SMS!!

(He tenido que recurrir a financiación externa, el Euríbor no perdona).



¿Qué hizo el campeón?. Pues lo que sería un problema para cualquiera de nosotros, para él se queda en un mero chiste. Con la sabiduría y paciencia que le han dado años frente a rinocerontes, guepardos y leones, tranquilamente, salió de la casa y en el descansillo, en la puerta situada justo enfrente de la del cliente, Antonio, nuestro Antonio, se bajó la bragueta y no se le cayeron, tiró, todas las gotas que tenía guardadas (recordemos su concepto de propiedad, allí el árbol más cercano era del primero que lo viera; la puerta era su árbol, pero en otro estado del proceso de producción).

El niño (quien se comenta que se le quitaron para siempre las ganas de pizzas, de pedir y de pagar), sólo pudo decir "Mira, papá, se le ve la cola". No dijo "colita", palabra comúnmente enseñada a niños pequeños. Si el chavalín ya supo que no era colita...

EL cliente, con más miedo que verguenza (el miedo sabemos por lo que venía, no se dio la vuelta más), cerró la puerta y llamó a la tienda. Nos contó el suceso y el más aguerrido (y machote) de los repartidores (el pobre qué culpa tendría) acudió de inmediato allí, intentando salvar el honor del establecimiento y la más que segura denuncia.

Olé por él, que lo consiguió. Comentó que el charco ocupaba el descansillo entero y el cliente aseguró que acababa de dejar de aliviarse (lo que fueron unos 5 minutos de relosj; ya sabemos que esta gente está desproporcionada en toda la zona. Nunca te acostarás sin saber una cosa más.) Pero aquello nos salió muy caro a todos: nos quedamos sin Antonio Sihi para siempre. No pudimos soportarlo: hubo bajas por depresión, gente que empezó a beber y drogarse, algunos perdieron la razón y todos supimos que se acababa una página de nuestra vida. La mejor.

Hemos intentado seguir cada uno con nuestras vidas, pero no ha vuelto a ser igual. Yo, en mi humilde ineptitud literaria, le escribo textos de amor, de odio (¿por qué se fue?), de melancolía, de agradecimiento, de ternura, subiditos de tono (¡qué hombre!) y algunos con el tono arriba del todo. Algún día publicaré los 19 libros que ya le llevo dedicados. Algún día, Antonio...




P.D: Hoy era el día de recordar mi amistad con Antonio Sihi. De recordársela a Pokero´s Troupe, quien llevan toda la semana amenazándome ante la benévola y no exenta descripción de la semana pasada. Llevo unos días aguantando inquietantes amenazas del tipo: "¿A que te?", "Como llame a mi papi", "Cualquier día de estos te tiro las bolsas de la compra al suelo", "Como te flipes no te saludo al pasar" y otras que soy incapaz de reproducir. Por ello he querido curarme en salud y recordarles hasta dónde llega mi círculo de influencias...



Antonio, nunca te olvidaremos

domingo, 9 de noviembre de 2008

LA CRISIS

Buenas noches, bienvenidos, hijos del rock and roll:


Ésta es una de las historias que mejor retratan al ser humano en sus distintas versiones. No en vano una pizzería siempre ha sido uno de los mejores reflejos de la sociedad: gente de todo tipo y condición, obligados a trabajar en algo que uno no desea, cobrando cuatro euros y humillándose las veces que sean necesarias, siempre por esos míseros cuatro euros (o tres, que estamos en crisis). Y en los últimos tiempos, no había más que ir a una pizzería y sacar el porcentaje de nacionalidades para saber la multiculturalidad de este país.


Aquí hay varios protagonistas, a cuál peor que el anterior. A saber: el típico chavalote gallito (lo que hoy día se denomina pokero [ver definición al final]), la chavala de abiertos pensamientos (y no pensamientos) que suele ser de la misma condición que el anterior personaje mencionado (vamos, lo que es equivalente al pokero), el bohemio cuarentón que está en contra del sistema establecido, y que se niega a ser como los demás, la mujer mayor, también cuarentona, trabajadora, honrada y asidua a los programas de Terelu, y los agentes de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, nuestros amados munipas...


Pues resulta que un martes invernal, a la hora del cierre, se encontraban en la pizzería la pareja pokeril, él comentándole a ella frases literarias del tipo “si voy con lo que te doy”, “te voy a meter de todo menos miedo”, “nena, qué verdura te gusta más, el nabo o el puerro”, a lo que ella, sin duda enamorada del poder dialéctico y de la sabiduría del Neruda pizzero contestaba con perlitas tipo “no, campeón, soy más de lomo embuchado”, “¿qué me vas a meter qué?, a ver si es verdad...”, “a mí verdura no, a mí lo que me gusta es ver dura”, y citas históricas similares. También estaba la mujer mayor, limpiando, pero literariamente es un mal personaje, paso de darle bola.


El caso es que serían las doce o una de la madrugada, por lo que la pizzería se encontraba completamente vacía, como es lógico. En esto que está cada uno en su papel cuando entra un ¿señor? al establecimiento. El primo entró tambaleándose, dándose con las paredes (separadas en unos dos metros, aproximadamente) y con dificultades respiratorias debido al hecho, nunca desdeñable, de que tenía en la cabeza, atención, una bolsa del Día (haremos publicidad, que están en crisis) atada y bien atada al cuello. Tan atada estaba que le estaba medio asfixiando...


La imagen era para verla. Pokero y pokera dejan de ponerse a tono, mujer mayor deja de limpiar y todos al descojone general. El bolsero ni es consciente de que se están partiendo la caja de él; bastante tiene con no perder el conocimiento...


He aquí cómo somos cada uno en según qué situaciones. El pokero que se viene arriba en banderillas: se mete con el bolsero, le insulta, le medio zarandea, le vacila,... La pokera, salvaguardada por el literato también vacila lo suyo, en un segundo plano, eso sí. La mujer mayor, temerosa, les dice que por qué no se están quietos y le dejan en paz. Los jóvenes le dicen a la vieja que se calle y que si quiere, que le dé tobas al pobre diablo, tal y como están haciendo ellos. Ella reniega de tan saludable actividad...


El pobre diablo se quita la bolsa como puede y se la guarda (era de esas que te cobran cinco céntimos si la pides en el supermercado), y medio mareado les sonríe a los chavalines, con una sonrisa que daba más miedo que el Dioni al frente del Ministerio de Economía. La mujer mayor algo ve ahí y se refugia en la oficina de la pizzería, cerrándose con llave por dentro y desde ahí llama a la policía. Los jóvenes prosiguen con el festival de insultos, vaciles y chascarrillos varios.


El bolsero les dice que quiere todo el dinero del día. Pokero boy se encuentra ante una situación inmejorable para quedar bien delante de pokera girl y quizá así conseguir meterle de todo menos dinero en el banco, así que el vacile aumenta. Ella sigue el juego e incluso ahora ve al muchachote como posible metedor esa noche... (el día que entienda cómo funcionan las mujeres juro que van a pasar dos cosas: 1.- voy a poner mis conocimientos aquí, para todos, pobres de nosotros; 2.- aquí se va a hinchar todo el mundo masculino, ¡hasta Enrique San Francisco!).


Pues el bolsero se harta y saca un cuchillo que había que verlo. Para hacernos una idea de las enormes medidas, debían ser como las que el pokero le prometía a ella (ay, cómo somos con herramientas de cocina delante...). El hombre que pide la recaudación del día, ya sin broma ninguna. Seguía borracho como una cuba, sí, pero por otro lado el cuchillo no tenía funda, directamente había que desenvainarlo.


Al vacililla se le bajó todo, hasta la cantidad de plaquetas en la sangre. El miedo le paralizó, y comenzó a balbucear al hombre algo parecido a unas disculpas. La chica, se refugiaba detrás del chico (porque no tenía dónde elegir, claro) y el hombre insistía en que quería el dinero. Él a lo suyo, no nos distraigamos.


La chica cogió todo el dinero de la caja y se lo dio al atracador, que se metía a toda prisa los billetes, arrugados y de forma un tanto aparatosa en los bolsillos. Estaba frente a la chica, cuchillo en mano y amenazándola con clavárselo (el cuchillo) si intentaba cualquier cosa. El pokero estaba unos metros tras ella... llorando, pero llorando de una forma que hizo que se acabara la sequía ese año.


Terminado el vacío de caja, el hombre les dice que se pongan de mirando a la pared. Ella estaba nerviosa pero más tranquila que el machote, que estaba hecho un ovillo, suplicando por su vida y rogando que por favor le dejara vivir. Sí, estaban atracando, de acuerdo, pero no dejaba de ser un tanto ridículo ver al chavalote llorando y vestido con las típicas pintas de matón de barrio.


El hombre, aun borracho como iba, cae en que había una tercera persona en la tienda. Se da cuenta de que está en la oficina y advierte a la mujer que si no sale se carga a uno de los chicos. Amigos, Pokero Power: el colega dice que a él no le hagan nada, llora que él no tiene culpa de nada y que por favor a él no le toquen [Nota del autor: sí, es un desgraciado, pero es un desgraciado sutil: en ningún momento dice “Cárgate a esta furcia” y sin embargo, lo deja caer...]. La chica, alucina pepinillos, como no puede ser menos. Y el hombre, al ver tal muestra de egoísmo, casi comete una desgracia para salvar el honor de ella (en el fondo era buen tío; la crisis, que nos lleva a hacer cosas que no queremos). Así pues, la mujer mayor sale de la oficina y le dice al hombre que se tranquilice, que si tiene el dinero lo mejor que puede hacer es huir con él y olvidarse de ellos, que no es necesario que se busque problemas innecesarios.


Viendo que el hombre estaba aún nervioso, la mujer de la limpieza le dice que ellos no quieren más líos, que bastante asustados están ya y le sugiere que él les encierre en la oficina y así se puede ir tranquilo con el dinero. A ellos ya les encontrará el jefe cuando llegue en aproximadamente una hora. El borracho-bolsero-cuchillero-atracador lo ve con buenos ojos (vidriosos, más bien) y les encierra en la oficina dispuesto a irse con el botín. Pero antes tiene una flamante idea, se le ocurre que quizá por la calle le reconozcan ¿?¿?¿?¿? (nadie estaba en su mente, qué le vamos a hacer. Cómo no le reconociera su madre, nadie, a día de hoy sabe quién iba a hacerlo).


Total, que no tiene bastante con volver a enfundarse la bolsa del Día (nunca cinco céntimos hicieron tanto servicio), si no que encima se coloca, atención-2, un casco de motorista... Ahora sí que le iban a reconocer, hasta el Tato le iba a reconocer. Seguro.


Pues salió tan campante, parece ser que silbando (algo imposible de comprobar, bolsa y casco a través; sólo se oían como ruiditos desde el interior de la bolsa). El viaje que se dio contra la puerta de la tienda hubiera valido mucho dinero en la tele. ¡Santo Dios, qué zambombazo se cascó! El lumbreras no veía a través, primero, de la bolsa llena de mierda que llevaba puesta, y segundo, a través de la visera del casco, que tenía más mierda aún que la bolsa de cinco céntimos.


Bueno, pues consiguió salir mientras Pokero Boy seguía llorando, Pokera Girl sabía que esa noche no la iban a meter más que el susto que se acababa de llevar, y la mujer mayor intentaba tranquilizar a los chavalines.


A los dos minutos llegó la policía (siempre dos minutos después, yo tengo un mosqueo con esto... me está empezando a parecer que no es casualidad) y desde el cristal de la oficina, los tres rehenes les avisaron. Los policías entraron a la tienda, forzaron la puerta de la habitacioncilla y les rescataron.


En ese instante, aparece en la tienda el atracador esposado por otros dos policías. Él decía que no entendía quién había dado el chivatazo si iba camuflado, no sabía qué había pasado... uno de los policías que iba con él nos dio la clave:


“Estando de patrulla nos encontramos a un hombre que, haciendo eses por la calle y llevando sobre la cabeza una bolsa del Día y sobre ella un casco donde ponía el nombre de una empresa de reparto de pizzas, iba pegándose unos leñazos de padre y muy señor mío contra todas y cada una de las farolas de la calle. El individuo, tras recuperarse de los guantazos, proseguía caminando en sentido contrario. Una vez se hubiera golpeado con otra farola, coche, columna, cubo de basura o edificio, variaba el sentido de su marcha nuevamente.


El fulano, además, intentaba, entre porrazo y porrazo, contar un fajo de billetes que tenía en el bolsillo y que se le iba cayendo por la calle a medida que avanzaba o que se golpeaba, y para hacer el recuento se ayudaba [Nota del autor: aún a día de hoy no me imagino cómo] de un cuchillo cuyas dimensiones eran desproporcionadas incluso si el gachó se proponía abrirse paso en el Amazonas.


Dadas las curiosas características del sujeto, procedimos a preguntarle que si iba todo bien y el por qué de ese disfraz, dado lo lejano de las fechas carnavalescas. Y el menda, nos susurra, a modo de secreto, que tiene a una gachí a puntito de caer, una jovencita que trabaja en la pizzería y a la cual se la va a hacer esa misma noche, invitándola con todo el dinero que lleva encima pero que –seguía con el tono de confidencialidad- ese dinero se lo había quitado a ella hacía un rato, así que mejor era no decirla nada a ella, que no se había percatado de su gran obra maestra. Esa noche pillaba. Por fin.”


Así fue cómo el policía le dijo que lo mejor era volver a la pizzería para ir a buscar a la chica y así cortejarla. El beodo lo vio como un plan magnífico así que les llevó mansamente hasta allí. El pobre ni se había dado cuenta de que ya estaba esposado.


¿Qué pasó con los protagonistas de esta historia para no dormir?. El chico no tardó mucho en pedir la baja en el trabajo debido a la crueldad de los compañeros recordándole la historia y su valentía innata. La chica no dejaba de sentir orgullo por la atracción que causaba (esto me fascina: atraía a un pokero bocazas y a un atracador borracho y subnormal, pero ella se quedó con que dos tíos la querían esa noche... Fascinante la mente humana y sus mecanismos de ¿razonamiento?). La mujer mayor no tardó en encontrar otro trabajo mejor pagado y más seguro.


Del Einstein de los robos no volvimos a saber nunca más; quién sabe si años después fue a algún Burguer King vestido de Ronald McDonald en busca de alguna hamburguesera de buen ver y mejor probar....






P.D:: Pokero: dícese del chavalín que, estando entre los 16-18 y 22-23 años (no todos, las cosas como son) tiene un complejo de superioridad inversamente proporcional a los motivos reales para creerse superior. De presunción, soberbia, insolencia, envanecimiento, orgullo, impertinencia, engreimiento, petulancia arrogancia y chulería desmedidas, no dejan de ser precisamente ineptos, incompetentes, improductivos, obtusos, negados e incapaces para según qué cosas (casi todas, también es verdad). Su comportamiento para con la sociedad es de una altanería que aún nadie ha demostrado en qué se basa, dado que la cultura, preparación, saber estar, buenos modales, respeto y formas protocolarias brillan por su ausencia.


El trato hacia las pokeras es la mayor manifestación del comportamiento anteriormente explicado, considerando a las mujeres como idóneas limpiadoras de su coche o las más perfectas sujetadoras de sus chaquetas cuando están con sus colegas de botellón. A veces, hasta las permiten que también vayan con los colegas de ellos, estos chavales son todo corazón. Ellas encuentran este comportamiento de lo más varonil y hasta excitante, y por tanto están complacidas con ser consideradas como meras muñecas hinchables con piercings labiales y enormes pulseras . Ellos, encantados. Ellas, más. En fin...


Con gorra de lado y el pecho-tabla al descubierto cada vez que tienen ocasión, te mirarán con desprecio siempre. Los pantalones cagados que ellos consideran que les quedan bien y las camisetas que dejan entrever sus espectaculares 45 kilos de peso de media no pueden faltar nunca. Su móvil con flamenkito a todo trapo en el autobús y para que todos los disfrutemos, tampoco.


No importa que no les hayas hecho nada, ellos ya te odian. Y aunque tienen el conocimiento justo para pasar el día, aunque para ellos la h nunca ha existido en el alfabeto español, ni Cervantes ha hecho nada digno de mención, ni lo anterior a su nacimiento es relevante, ellos saben, SABEN, que son superiores a ti. Y te lo harán saber siempre que les pique algo, ya sea insultándote porque sí, poniéndose en tu camino y no quitándose (esta actitud me encanta) o simple y llamante se reirán en tu cara. Tened cuidado, amigos, son peligrosos... si vas con ellos a Saber y Ganar, claro.


Quizá esa superioridad radique en que ellos sí son capaces de entender conversaciones llenas de emoticonos en el Messenger, o que para ellos un sms del tipo K ACMS STA NCH? KERS SBR L K S 1 OMBR D BERD,NNA? sí tiene sentido... O quién sabe, a lo mejor, por saber vida y milagros de los personajes de High School Musical ya valen más que los demás... (entonces muuuuuuucho más que yo sí que valen).


Son peligrosos si van en manad... en piara, porque solos no tienen ni media guantada. Solos, el atracador de la historia anterior, se los merienda. Con patatas. Coged a uno de ellos cuando vaya solo, ya veréis qué risa. Ahora bien, si van en rebaño, tened cuidado, que alguno termina grabando la paliza en el móvil...

viernes, 31 de octubre de 2008

TELE-GOTHAM

Hola, ¿qué tal?

El próximo viernes es el día de Halloween, día de disfraces, jocosos momentos (a pesar del motivo)y alegrías varias, así que qué mejor que esta semana para contar este capítulo que, como no, tuvo lugar en el pizzeril mundo... submundo sería más fiel a la realidad.

Érase que se era un sábado (¡oh, Dios, no puede ser!, ¿te pasó algo un sábado? ¡Qué cosas tiene la vida!). Ese sábado, además, pertenecía a Don Carnal por lo que, dada la naturaleza exhibicionista del ser humano, fue excusa más que válida para animarnos a ponernos en ridículo y vestirnos de lo que siempre quisimos ser y nunca nos atrevimos a decir. Quizá por eso yo iba disfrazado todos los días del año; de pringado, concretamente. Sí, ladies and gentleman, hay hombres que hubieran querido ser mujeres (de la calle en su mayoría, aún no me lo explico), otros se decantaban por superhéroes, los había que soñaban con ser famosos. Yo, según esa teoría, siempre había querido ser un pringado... [Qué suerte tenía, llevaba ya unos años cumpliendo mi sueño, día a día, no fuera que se me olvidase].

El caso es que aquel sábado se organizaron diversos actos para conmemorar tan festivaleras y populachas fiestas en una zona habilitada al efecto situada junto a la pizzería, así que la cantidad de clientes que hubo fue enorme, de hecho fue más de lo que podíamos tratar con unas condiciones mínimas de calidad. Esto lo digo yo; el dueño decía que todo aquel al que se le puede sacar el dinero era un cliente tratado con calidad. Cosas de jefes (así me iba a mí en la vida...). Según avanzaba la noche, la acumulación de gente en el local (y por extensión los nervios, las prisas, la falta de educación y la impaciencia) iban creciendo de forma exponencial.

Además, aquel sábado (siempre sábado) tuvimos la clientela más selecta del año: Batman, el ratoncito Pérez, Aladdin, Mickey Mouse, Piolín, el Correcaminos, alguna princesa encantada, no sé cuántos Beckhams, algunos guardias civiles, un par de forzudos de lucha libre, superhéroes diversos, Popeye, varios Bisbales y hasta un par de fulanas.

Iba tanto el cántaro a la fuente que al final parió la abuela, y es que a quien madruga que ciento volando... Todos los que estábamos allí, dándolo todo, teníamos la convicción de que el trabajo iba saliendo de manera más o menos aceptable a pesar de todo hasta que Batman nos hizo ver a todos que no. Su batpaciencia se acabó en el momento de que su pedido, el número 39, aún no había salido del horno mientras que sí lo habían hecho el 40, 41, 42 y 43. Dado que llevaba ya un batrato esperando y que los demás clientes comían con un ansia desagradable y sonriendo al tendido, el hombre murciélago estalló. Empezó a batcagarse en la perra maldiciendo a todo cristo y exigiendo su batpizza a la voz de ya.

Dado que la persona que en ese momento estaba atendiendo al público era una chica joven, nueva en el puesto, muy paradilla en su forma de ser, y muy bajita en el cuerpo, el bueno de Batman se la iba a batmerendar aderezándola con unas hojitas de lechuga y quizá alguna rodaja de tomate, según tuviera el apetito. Así que un servidor, como buen tonto por naturaleza y educado por aprendizaje salí en auxilio de la pobre futura cena de Batman.

[Aviso a navegantes: si alguna vez tenéis a Batman enfrente, mosqueado y hambriento, ya puede ser Liv Tyler la que esté en peligro (que con lo malas que son, encima luego no os lo va a agradecer como se debería): pasad de largo silbando alguna canción de los Chichos y mirando a otro lado, o en su defecto haciendo que leéis –cabeza agachada- algún sms del móvil, silbando siempre].

Recordemos : tonto+educado= Rober (= problemitas problemones). Se cagó la perra.

En un principio intenté emplear modales adecuados a una relación empleado-cliente. Agua. Luego intenté calmarle diciéndole que no nos faltara al respeto a ninguno de los que allí estábamos trabajando, y que si no estaba a gusto con nosotros, eran muchas las pizzerías a las que podría acudir. Agua. El chavalote empezó a faltarme al respeto, y luego al resto de compañeros: que si tu pizza es pequeña, que si no cumples con los tiempos esperados, que si hay otros que tienen más pizzas gordas que la tuya, que si la pizzería de enfrente sí que tenía un buen chorizo y no el de aquí....

La perra no se estaba cagando, se estaba yendo por las patas ya. Artillería pesada: pues tú eres un superhéroe de mentira porque Superman vuela y Spiderman trepa, pero tú... ¿tú qué? Tú te limitas a fundirte la pasta en cachivaches, sin más. Así que cuidadito porque esta semana el Euromillón tiene bote; como me toque yo también seré Batman.... Tocado.

No sé qué de mi madre y la batporra me dijo el truhán. He aquí una estrategia para cuando queráis sacar a alguien de sus casillas mientras vocifera cosas ininteligibles: le miras fijamente, sonríes y muy, muy despacio te pones los auriculares del mp3 y también muy, muy despacito –siempre sonriendo- le empiezas a cantar cualquier canción de Andy y Lucas, acompañándolo con silbidos rítmicos las partes instrumentales. O te mata o te asesina; eso no puedo predecirlo, adivino no soy. Sólo tonto y educado.

Así que estaba Batman a punto de batestallar cuando aparece, en segundo plano, atención, ....chánan chánan... con todos Ustedes.... ¡¡Supermaaaan!!. Aparece Superman pidiéndole con toda la educación que recibió en Krypton que por favor se calme.

Batman se gira, lentamente, muy lentamente, con la mayor mirada de odio que jamás he visto (y he de decir que los sábados a eso de las 6 de la mañana, cubata en mano y menopea en cuerpo me he llevado una colección de ellas muy digna de tener en cuenta), y con una sonrisa que hubiera asustado al mismísimo Jason, el hombre murciélago mira al volador y las palabras que se oyó en aquel momento, de la pura brutalidad, de tanta violencia como llevaban, dejó sordos de por vida a cuantos las escucharon. Afortunadamente yo seguía tarareando “... tanto la quería, tanto que yo....”. Este Lucas.... ¡qué salao! (es que Andy es más paradillo pero también es majete, que conste).

Debe ser que Batman había quedado o algo porque en España no se concibe una pelea sin los patéticos previos empujones flojeras y los “¿qué quieres?, ¿qué te reviente?”. Él los obvió y pasó al puñetazo (si a mí me tocaba el Euromillón me compraría el batmóvil, sí, pero esas bathostias de momento no las iba a dar). Superman, al suelo del tirón. También debería llevar prisa porque todos sabemos que hasta que uno de los dos contendientes no cae no empieza la pelea propiamente dicha. Y éste ya estaba rodando por el terrazo, también tendría ciudades pendientes de salvar.

Así que allí se montó la marimorena. Resulta que tanto uno como otro venían con sus respectivas familias, que iban vestidos a juego con el padre de familia (el espectáculo era, directamente, cochambroso -en la peor de las acepciones, además-).

Según se levantó Superman, por si alguien no lo sabía aún, se dieron todos los elementos que identificaban aquélla como una pelea española: a) el resto del personal allí presentes, familias incluidas, se retiran dejando el espacio necesario para que se revienten a hostias, b) el caído, al levantarse, suelta una frase del estilo “chavalote, chavalote, ahora sí que la has cagado”, c) el que ha soltado el mamporrazo entra al trapo, al trapo entero, con un “¿sí?, pues ya se lo comento a tu madre cuando la vea esta noche a ver qué me dice....oh, no, que ella no va a poder hablar...” y d) todos los que formábamos el punto a) metimos mierda con frases del estilo “al lorooooooooo; eso a mí no me lo diceeeeee”.

Pues sí, se dieron de lo lindo. Puñetazos, por descontado, empujones contra la pared y posteriores caricias con el envés, también. La pelea duró un único asalto, lo que tardó Batman en pintarle la cara al Christopher Reeve torrejonero. Le dejó para un cuadro al pobre. La pelea incluyó una silla voladora que Batman estuvo a punto de recibir en plena cara pero que evitó con un ágil movimiento, una encargada que acabó desmayada y desangrada cuando intentó separarles y que se llevó un golpe en la cabeza como respuesta, unos niños que se llevaron varios codazos por pura mala suerte y unos trabajadores que, entre acongojados y curiosos, dejaron de ser máquinas de hacer pizzas para ser espectadores de lujo y que por tanto dejaron a media ciudad sin cenar, en sus casas y en el local. Así nuestros clientes mantendrían el tipito. Fue por ellos. Qué majos somos, oye.

El caso es que alguien había llamado a la policía local una vez que veíamos que perdíamos al superhéroe por excelencia. Aquí llegó el colmo de los despropósitos: yo no tengo nada en contra de las mujeres, ni de las bajitas (de hecho, creo que son todas las bajitas en general, y las mujeres en particular las que tienen algo en mi contra, pero esto ya lo explicaremos....) pero el hecho de que para una pelea de dos tíos hechos y derechos, y con una mal yogur de flipar manden a dos agentes femeninos de 1.55m. no sé, no soy ingeniero, pero para mí que no. Le veo lagunas.

Así pasó. Llegaron ambas a la puerta de la pizzería y vieron las hondonadas de hostias que dentro se repartían. ¿Qué hicieron nuestras amigas?:
a)Se quedaron fuera, temerosas de entrar.
b)Entraron disparando a todo cuanto ser vivo se encontraba dentro y dejaron aquello más despejado que la frente del calvo de Telecinco.
c)Sí.
d)110 km/h. en autopista; 50 km/h. en ciudad.
e)Entraron valerosamente y con un movimiento inteligente y habilidoso llegaron a reducir a ambos hombres que...bueh, no termino, que ni yo me lo estaba creyendo.

Pues sí, la respuesta correcta es la a). Les faltaba una bolsa de pipas a las agentes de la autoridad. Esperaron a que Batman se despachara a gusto con su contrincante de cómics (y ahora de peleas reales) y una vez que el de Krypton salió escaldado, ensangrentado, cojeando y medio mareado, llevando tras de sí a su súper familia, esas dos aguerridas policías entraron en el local voz en grito: “Vamos, quieto todo el mundo”. No le hicieron caso ni los niños pequeños que allí estaban (y que dado como eran ellas, eran casi igual de altos que las pobres agentes).

Cuando todo el mundo pensaba que al menos iban a detener al salvador de Gotham, llegó éste, las miró y las preguntó a ambas qué estaban mirando. Ellas, por el poder que les había otorgado el Estado le contestaron “anda, anda, tira, no sea que al final nos cabrees...”.

Había que joderse. Sí que eran duras... A lo mejor había que descuartizar al Capitán América y meter los trozos en las pizzas para que esas fieras se cabreasen, ¿no te jode?.




P.D.: A mí lo que me cabrea de esta historia es que a ellas les pagamos todos nosotros, Superman incluido.

lunes, 20 de octubre de 2008

SÍ DEBO

Gelou jenteziya:

Hoy toca hablar de lo tontos de capirote que somos cuando nos juntamos en manadas/piaras/rebaños/bancos/jaurías (táchese lo que no proceda, aunque en este caso procede todo). Si ya yendo solos damos un poquito de cosa/grima/mal fario/desaprensión, en conjunto es para ponernos a buen recaudo.

Por supuesto esto no va por ti, ni por mí. Son los demás, el resto del mundo. Qué suerte hemos tenido que no nos ha tocado, faltaría más. Es que hay cada uno suelto… cómo están las cabezas, la gente está cada día peor, yo no sé en qué estarán pensando.

Pues hete aquí que un sábado (siempre son los sábados, cualquier día comienzo un estudio, por qué los sábados, ¿es que los martes somos normales?, ¿qué ocurre los jueves que no nos pasa nada…?). Decía que érase otro sábado, éste veraniego (yo y mis inútiles recuerdos imperecederos) en el que he de llevar una pizza a un cliente (¿sí?, ¡no me digas!).

La dirección era un hotel conocido en mi pueblo (perdón, ciudad, que entre todos somos ya más de 100.000 almas… cuerpos, que desalmados han llegado muchos últimamente). Hasta aquí, todo más o menos normal. El hecho de ir a un hostal/hotel/posada/bar/restaurante (sí, restaurante) pizza en ristre y ataviado con ese siempre elegante chubasquero roído era augurio de algo, bueno o malo, pero augurio (al tiempo, ya daremos debida cuenta de ello). Así que allá que iba yo, al hotel de marras dispuesto a no sufrir mucho o al menos lo justo en estos casos.

Llego a la recepción donde había de preguntar por el nombre que habían dado. En condiciones normales el recepcionista malhumorado que tiene turno de fin de semana (si yo me hubiera malhumorado por cada turno de fin de semana se me hubiera quedado el rostro de Clint Eastwood para los restos) te informa de que has de subir a la habitación número tal o si no, llama a la habitación tal y baja el cliente cual (generalmente con unas pintas que ni en su casa se permitiría).

Pero, como se puede adivinar, si esto está aquí escrito es porque esta vez, no. No iba a ser tan cómodo. Esta vez no me limitaría a subir a una habitación donde dormí... donde compartían cama tres (dos más uno, el sexo del dos y del uno era variable; esta situación era más común de lo que uno puede llegar a imaginar). Esta vez tampoco bajaría nadie con un pijama de Bart Simpson y las pantuflas del Sporting de Gijón. No.

En ese pedido debía ir al Salón Michelangelo... ¿?¿?¿?¿?. Sí, esto fue lo que dije. Debió ser con acento tejano porque el recepcionista me preguntó qué había dicho (los recepcionistas sólo suelen saber inglés y francés, el tejano no lo dominan mucho. Lo repetí en santo cristiano y esta vez incluso yo me entendí: “¿Qué me estás contando?”.

Me estaba contando que debía entregar la pizza en una boda. Se habrían quedado cortos con el chuletón, quizá. Qué mejor que resarcirse con una pizza mediana para los 200 que podría haber allí dentro…

Como ya comenté, ingeniero no soy, y la vida está muy dura (ya estaba aquel sábado). Debido a que mi media naranja, la que me tiene encadenadito y me tiene frito con los pagos, y que según están las cosas es mejor no jugártela con los empleos, decidí no darme media vuelta. Mi media naranja nunca lo haría; de hecho, siempre tira para arriba, nunca retrocede. Concretamente ahora está en 5,345%. Así que por temor al EURIBOR (¿qué?, cada uno elige con quien quiere malgastar su existencia…) decidí echarle arrestos, coger al toro por los cuernos y enfrentarme a la granja que allí me esperaba, con sus becerritos, mulas, vacas, ovejas y perritos falderos.

Aún recuerdo perfectamente el momento de bajar las escaleras de camino al salón (sí, a los animales se les esconde todo lo posible): parecía esos concursantes que desaparecían tras una nube de polvos y despedidas de Bertín Osborne (¿polvos de Bertín Osborne?) y salían cual estrella mediática anhelada por todos los presentes. Pues sí, fue abrir la puerta y menuda ovación me llevé. Había llegado el monito de feria. Todos a jugar.

La risa que se oyó fue el mayor ejemplo de alienación humana jamás acontecida. Unas 300 personas que se descojonaron al unísono, con la misma fuerza, la misma intensidad, la misma duración y el mismo tono. Si fuésemos así en el noble acto de fornicar, los orgasmos simultáneos dejarían de ser exclusivos de Hollywood.

Seguro que a Chayanne le ha pasado así que no le preguntaré a él, pero ¿cuántos de vosotros os habéis visto en la tesitura de estar frente a un rebaño, todos mirándote, y todos esperando que digas algo?, ¿cuántos habéis estado en el centro de un huracán social en el que tienes que estar a la altura de las expectativas?. Hay que tenerlos muy puestos para no darte media vuelta o no aparentar que eres sordomudo. Los tuve puestos. Mi cielito, mi tocinito de cielo (por las nubes está hoy ya), mi tesorito (dados los precios), mi corazoncito (y mi riñón, ambos son suyos), mi media naranja (o toda entera), mi EURÍBOR me acompañaba.

Y el tío de la novia, el gracioso que hay en toda boda, también.

Ja-ja-ji-ji, risas mil al verme. Se cansan del descojone y parece que las fieras se apaciguan y una voz al fondo del salón (siempre al fondo) me dice que vaya para allá. Para allá voy. Y al llegar a aquel hombre, aparentemente normal, sin taras, resultó que no, que el tío (atención, no quiero que aquí nadie se muera de risa de la enorme gracia, la risión infinita que esto puede provocar) se rebela como un profundo subnormal de grado 8: que no, que él no la ha pedido… y jajajajajaja. (el resto de asnos le imitan en su rebuzno carcajadesco).

Qué risa, ¿eh, amigos? Cómo podrá haber tanta diversión en el mundo, yo no me lo explico. Qué afortunados somos de poder compartir el planeta con semejante genio del humor.

Si alguien ha visto la serie de dibujos Bola de Dragón, a Goku se le va poniendo el pelo amarillo según le tocan los cojones (en la serie lo maquillan, según triunfa el Mal, dicen. Ya). A mí me estaba empezando a clarear.

Todos somos iguales hasta que se demuestre lo contrario. Aquí no se demostró, todos somos iguales… en cuanto a retraso mental se refiere, con el matiz de que el grado de falta de riego varía de unos elementos a otros: la tontería del “ven aquí que la he pedido yo” la repitieron varios de los asistentes. Aquello parecía una trama perfectamente urdida para que el monito de feria saliese de allí humillado: me llamaban desde la otra punta del salón. Medio Camino de Santiago me hice en aquella boda.

El pelo se me puso rubia platino. Iba a haber un sorteo de tres hostias a mano abierta y el menos pensado se iba a llevar el premio gordo…

La otra mitad del Camino la hice siguiendo como un pardillo los dedos alzados de quien seguían solicitando la ya helada pizza (también me pasó en mi infancia motera; esto sucede hoy y sí, acabo en la trena, pero el pedido me lo ventilo en cinco minutos). Hasta que ya me tocaron los bemoles, esos que tuve para no hacerme el sordomudo y pegué un grito allí en medio, mirando al tendido: “Bueno, ¡¿quién ha pedido la pizza?!”.

En qué hora.

Era precisamente lo que quería la masa: espectáculo del bueno. Monito de feria disfrazado de monito de feria con ganas de dar un espectáculo de feria propio de un monito de feria. Las carcajadas se multiplicaron y la gente seguía pidiendo la pizza. Hay alguno que no se da cuenta que cuando se repiten 369 veces la misma gracia (y esto no era ni gracia, yo ya tenía el pelo rubio putón) pues a lo mejor pierde su efecto cómico. A lo mejor.

Una vez tuve el pelo albino Copito de Nieve, y viendo que me iba a pagar la pizza mi señora madre, decidí que de vacío yo no me volvía. Llevaba un cuarto de hora largo andando. De haberlo sabido me llevaba un pulsímetro y al menos así sabía cuántas calorías había quemado.

Los pobres novios habían vivido toda la escena en silencio, sin unirse a la fiesta. Me atrevería a decir incluso que tras las 3.000 primeras veces de hacerme recorrer el salón cual irrespetuosa gymkhana, empezaron a dejar de verle la gracia.

Así que, tras echar unos gemelos que ya le gustaría tener a Induráin, y viendo que aquel bucle tenía aspecto de ser infinito, decidí que si querían espectáculo, lo iban a tener. Alguien dijo una vez que tendemos irremisiblemente a hacer lo que se espera de nosotros (se comenta que Pocholo se escuda en ello para utilizar el nasal orificio como autopista de ambos sentidos). Pues el monito de feria iba a hacer de monito de feria.

Cogí una silla libre, me acerqué a la mesa de los novios, hice hueco entre novio y madrina y siempre con la más exquisita educación tomé asiento. Está demostrado que con un “con su permiso”, dos “disculpe” y tres “buenos días, señora” se puede llegar lejos, muy lejos. Hasta una mesa nupcial, por ejemplo.

Hice hueco, dejé la pizza en la mesa, junto a los entremeses y acto seguido, arremanguitis y a dar cuenta de los langostinos. La pizza salía por unos once euros, así que ésa era la cantidad de langostos que se iba a meter Rober entre pecho y espalda. Dado que en el Carrefour está el kilo a unos seis-siete euros, imagínese la audiencia el atracón que disfruté.

Yo avisé al novio lo que iba a tener lugar: un trueque alimenticio en toda regla, le pareciera bien o no. Tenía unos invitados que no merecían otra cosa. Y así fue, empacho del quince. Y los novios (majos donde los haya, espero que no se hayan divorciado ya) acabaron con la pizza más rápido que los comensales acabaron con mi paciencia. ¡Vaya dos bocas hambrientas había allí! (y no lo entiendo, porque madre del amor hermoso cómo estaba el marisco; así da gusto tener la gota).

Así que ahí, en ese momento, la plebe, el vulgo, tuvo su carnaza: un pizzero mosqueado comiéndose el primer plato del menú en la mesa de los novios mientras padrino y madrino le miraban con mala cara y peor pensamiento (he de comentar que el chubasquero emitía un olor digno de ser sometido a estudio; los jefes siempre decían que era por los grasas, mezcla de alimentos, humos del local…. Patrañas; el olor venía ya de serie y era para que viniese con una pinza para la nariz, también de serie).

Total, que la parejita acabó pidiéndome que me pusiera en medio de ellos, y los quince minutos de fama que todos tenemos según Warhol, en mi caso, fueron en un banquete de boda entre dos jovenzuelos que dejaron de ser protagonistas el día de su propia boda.
Me hicieron más fotos en aquellos minutos que en los 26 años anteriores de vida (algo comprensible, por otra parte, pero no estamos aquí para criticar defectos personales; para ello ya están la televisión viernes y sábados por la noche). Incluso la gente llamaba por el móvil para contar al resto del planeta, desgraciados ellos que no podían vivirlo, lo chistoso del acontecimiento.

Salí de allí con una ovación que José Tomás aún no ha vivido…



Ya lo decía mi madre: no somos nadie.

miércoles, 15 de octubre de 2008

GLOBALIZACIÓN

Buenas-buenas:

He aquí una nueva ocasión en la que arriegué el pellejo más de lo que esta estipulado en mi contrato. Nunca la llegué a ver pero supuse que la subida de sueldo que recibimos la última vez (venía firmada por el mismísimo ministro Boyer) tuvo que contemplar una asunción de riesgos laborales propios del cargo (si a este empleo se le puede llamar “cargo”). Pero creo que el insulto desmedido y la amenaza de muerte no estaban en esa subida. Eso lo iban a incluir en la siguiente subida, la de 2019, según me dicen mis fuentes (siempre he querido decir esto, y al igual que los periodistas no existen tales fuentes; es que queiro dar mi opinión personal y no tengo lo que hay que tener para decir que es cosa mía).

El caso es que esto aconteció, al igual que el capítulo anterior en sábado futbolero. Madre mía, la de partidos que me habré perdido por dar de comer a las gentucillas varias del pueblo mío de mis amores. Fue un sábado nocturno de algún partido del siglo cualquiera. Sólo sé que jugaba el Madrid; de lo demás no sé nada, salvo que sería un partido interesantísimo puesto que la cantidad de trabajo era ingente, se había coordinado más gente que en las huelgas generales de este país para tener hambre todos a la vez y además tener todos antojos de pizza.

Como me consta el nivel de alguno [plural en singular que incluye ambos sexos (el mío y el del resto)] de los lectores de este blog (no seamos ególatras, hay quien no se ha de dar por aludido/a, no siempre vas a ser tú), he de decir que cambiaré el nombre de la calle en que ocurrió el suceso. Lo sé, es extraño que no sea así, pero “Pelopicopata” no es un nombre real de calle. El resto de datos sí que obedecen a la sorprendente realidad.

Érase que se era un lluvioso sábado futbolero de muchísimo trabajo. Un servidor lleva un pedido más, a Pelopicopata, 2 1º C. He de decir y digo que se trata de un barrio conflictivo y a pesar de haber sufrido algún capítulo digno de contar (ya aparecerá aquí, ya), era un viaje sin mayor transcendencia ni peligro salvo el asfalto mojado tras la tromba de agua que llevaba todo el día cayendo.

Llego al portal, llamo al telefonillo (siempre me he preguntado por el nombre de este artilugio: ¿telefonillo?, ¿cuándo han sido los teléfonos de las casas cuadrados, con ventanitas y botones perfectamente colocados?, ¿cada botón era para llamar a una habitación? ¿Y los telefonazos? Mejor dejarlo ahí, no sea que hallemos la respuesta…). Tras llamar, me contestan con el siempre cálido “¿Siiiiiiiiiiiiii?”. Que ésta es otra. Ya haremos una tesis sobre contestaciones telefonilleras (es curioso cómo con un “¿Quééééééééé?” es posible saber si el cliente acaba de triunfar con su pareja, si está en mitad de una discusión, si su equipo de fútbol acaba de meter un gol o si, simplemente, te has equivocado de casa; otro día sorprenderemos con nuevas y revelantes investigaciones).

El caso es que la contestación ya, de entrada, era cuando menos intrigante. Tras decir el preceptivo “Buenas noches T--------“(no seré yo quien haga publicidad gratuita, no sea que suban las acciones en Bolsa y ahora que yo pensaba comprarlas todas se me fastidie mi futuro retirado del mundanal ruido). La mujer que estaba en su casa me dice que ella no ha llamado. Como siempre en estos casos le repito la dirección, no fuera a ser que yo hubiera llamado a otro piso qué sé yo, pensando que Angelina Jolie por fin se había dado cuenta de que yo la convenía más que Brad. Me dice que sí, que la dirección es ésa pero que ellos no han pedido nada. Vuélvome a la tienda, llámole al cliente telefónicamente para que me confirme la dirección.

Me la confirma. Es correcta.

Vuelvo al lugar del crimen. MIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIC. “¿Siiiiiiiiiiiiii?”Una ventaja de este ¿trabajo? es que te da una agudeza auditiva sin parangón. Cuando oigo que la contestación me la da la misma mujer que antes, un poquito de mosqueo sí que tuve. Pero puse voz de hombre (este truco ya lo explicaremos, ha salvado vidas) y dije otra frase similar pero no igual. La dulce clienta de Pelopicopata me espetó con un “Jooooooooooooder. Ya ha venido un compañero tuyo y NO HEMOS PEDIDO NADA”. Bien; ahí aprendí que yo era capaz de poner voces y pasar la prueba. Pero no, no era capaz de entregar una maldita pizza.

Yo ya chorreaba; intuía que la pizza hacía un rato que también. El cajón de la moto es un prodigio de goteras, filtraciones y huecos varios. Vamos, que se comenta que utilizan estos herméticos artilugios usan para traer osos panda desde China; no es que tengan hueco para respirar, es que pasan frío los pobres animalitos. El portal tenía un techo bastante amplio, bajo el cual había dejado la motoburra aparcada. Comprobé que la pizza no respiraba: estaba pasando frío. No es que le hubiera afectado la lluvia, es que si tenía que volver a aquella casa, en el siguiente viaje ya le llevaría una pajita para tomarla.

Total, que como un dejavu cualquiera, siento que lo que me está pasando ya lo he vivido: vuelvo a la tienda para que el cliente me confirme la dirección. Me la confirma. Aquí aprecio que en aquella casa él coge el teléfono y ella el telefonillo. Sabemos quién manda. Hablo con el que lleva los pantalones en casa:

-Buenas noches. Le llamó de XXXXXXXXX (no es porno, salidos); llamaba para confirmar la dirección puesto que el repartidor ha estado allí dos veces y dice que le han dicho que no es correcta (sí, inculpo a “el repartidor”, ficticia 3ª persona; esto es válido por si hay bronca telefónica, luego, al llevar el pedido le doy la razón al cliente diciendo que el de la tienda era un gilipollas…. (todo por la propina)).

-Buenas. Ya ha llamado antes, ¿verdad? Pues como le dije antes, C/Pelopicopata, 2 – 1ºC. Aquí no ha venido nadie y no hemos oído moto alguna por aquí y créame que la hubiéramos oído, que estamos en la terraza esperando la cena.

Le comenté que sí que había ido alguien, un honrado pizzero que (por lo visto) había hablado con su mujer por el telefonillo y que ella le contestó que no habían pedido nada. El hombre, con malísimos modales nos dijo que no había llamado nadie y nos tildó de inútiles y nos dijo que no esperaba que le atendiese ningún ingeniero pero es que no valíamos ni para estar en una simple pizzería…

Vale, no soy ingeniero. Pero para una simple (y hasta para una compleja) pizzería yo sí que valía. Llámame mono, pero no me tires cacahuetes. No toques (no mires, no huelas, no pienses) en mi ego pizzeril, en mi honor motorista, en mi valía como repartidor, porque se puede liar parda, es más que posible que se cague la perra y lo que es peor, pudiera ser que fuésemos pocos y que pariese la abuela. Allí mismo, delante de nosotros.

De todas formas, allí algo no cuadraba. Que no habíamos hablado con nadie, decía…Caían chuzos de punta y el colega estaba esperando en la terraza. Estos datos eran extraños si bien no eran significativos, habida cuenta de dos clientes que teníamos en cartera: uno siempre pedía la pizza los jueves, a la 1 de la madrugada, en medio de un parque fumándose un canuto, en manga corta. Una vez, nevando, yo llegué allí con dos pares de guantes, el pijama debajo, sabe Dios cuántas sudaderas y hasta gorro de lana. Si el muñeco de Michelín, al verme, me dio el teléfono de un experto en adelgazamiento… El colega aquel del parque ese día sólo dijo “Uy, hoy parece que refresca…”. Habrá muerto de calor cualquiera de estos inviernos que estuvimos a 5 ºC. El otro cliente (palabrita del niño Jesús) nos hacía entregar la pizza en la calle trasera a su casa (era una casa baja) para que la empresa de la competencia (sí, otra simple pizzería) no supiera que a veces les traicionaba. Era un hombre mayor que siempre había pedido a los otros hasta que un día probó nuestras pizzas y le gustaron más. Sin embargo se sentía responsable de tan alta traición. Seguro que KGB, MI6, CIA, Mossad y la T.I.A. le seguían los pasos al sin escrúpulos ése…

Volviendo al húmedo sábado, emprendí mi tercer viaje a aquella casa. Qué dura es la vida del pizzero. A ver qué le decía yo ahora. ¿Buenas noches?, ¿Hola qué tal?, ¿Qué hay de nuevo, viejo? Con dos bemoles llamo a ese conocido telefonillístico botón (creí ver mis huellas dactilares ya impresas en él) y ahí ya no hubo conversación virtual. El contacto humano es el mejor contacto posible, debió pensar la mujer así que para qué las tonterías: bajó al portal a conocerme (lo entiendo, es que estoy para conocerme). Creo recordar que “guapo”, “bonito” y “majete” no salieron de su boca. No sé qué de me iba a meter la pizza por no sé dónde y no sé qué de mi madre y la Casa de Campo.

Pues hombre, de naturaleza violenta no he sido nunca. Ahora bien, si hablo con educación, estoy en un trabajo aguantando carros y carretas, soy respetuoso con la gente y ponen en duda la honradez de mi madre (aviso a navegantes), quizá haya algún orificio corporal al que puedo darle, también, la función de entrada.

Como quiera que la mujer bajó con dos chavales jóvenes, probablemente sus hijos, y uno de ellos me dijo que si quería pelea, pues claro, aquello acabó como preveían las apuestas (en la tienda estaba 12 a 1 a que había hondonadas de hostias).

Acertaron.

La contienda empezó como todas las contiendas en España: me acerco a ti, te miro como si estuviese loco, te digo que qué pasa contigo y ya está. Te invado tu espacio vital, pero no me atrevo a nada más. Ése fue el menos valiente de los dos. El otro, uuuhhh, qué machote, tiró la moto de una patada. El menda lerenda, radical defensor de la filosofía zen, el taichí y demás mariconadas (sí, podemos llamarle también “ciencias espirituales”, cada cual que se engañe como prefiera; yo lo hago con Angelina), prefirió no comenzar a dar a diestro y siniestro. Más que nada porque si empezaba me quedaba solo. Y la soledad no mola, es triste.

Bueno, pues tres son multitud, ¿no? Pues sí. Entró la tercera en el ajo: la mami me tiró la bolsa térmica (eufemismo donde los haya) y los hijos comenzaron el insulto personal. Así que para equilibrar la lucha tomé un aliado.

En una esquina, con calzón rojo, Robber y su pitón motera. Con 150 kilos (dos sudaderas de lana de oveja merina me contemplaban) y una mala hostia sólo equiparable a lo mojado de sus ropas.

En la otra esquina, calzón azul, la familia Basurilla. Con una falta de higiene y piezas dentales equivalente a la falta de agua en el Cañón del Colorado. 30 dientes conté… entre los 3.

Las televisiones habían pagado una pasta gansa. La bolsa ascendía a 35 millones de dracmas griegos; retransmisión on live para 156 países. Todos los canales habían interrumpido su emisión. Ese día hubo caída de las bolsas; daba igual. Mayor atentado terrorista de la historia. No importaba. El Atleta ganó la Champions. ¿Y qué? Aquello detuvo el mundo.

El pequeñín de los Basurilla que me pega un manotazo en la cara; el mayor, patada en las espinillas. Dado que yo tenía trabajo y que cobro por pedidos, no podía estar allí pelando la pava. Además, qué pensaría de mí esa legión de fans locas, histéricas, desequilibradas, que iban siempre tras mis pasos. De un solo movimiento, pitonazo a uno en la cara y puñetazo a otro en los dientes. Empezaron a sangrar inmediatamente. La madre, vivan las madres, les dejó allí a su suerte mientras se metía en el portal…. ¡¡a seguir viendo la pelea!! (Echó en falta una bolsa de pipas). El pequeñín volvió a la carga; el mayor ya había llegado a la edad en que hay sentido común. Se retiró a tiempo.

Al enanillo me le podía haber cenado con patatas. Por hambre no sería. Pero la madre, la valiente madre, estaba a buen resguardo sufriendo de lo lindo por su hijo, así que le dije que se tranquilizara, que no iba a hacerle nada más. Me suplicó perdón, que no volvería a pasar… (Que no volvería a pasar ¿qué?, ¿qué no volvería a pedir pizzas en su vida?). Total, que me dijo que por favor esperara y se subió por las escaleras. Yo, que me había subido en banderillas, pensaba que aparecería el marido, el telefonero, un rival a mi altura. Por fin. Estaba ya viviendo mentalmente el futuro combate, planificando las más hombrías técnicas de lucha como tirar del pelo, arañar la cara o la nunca bien ponderada patada genital, cuando volvió la mujer. Sola.

Me dijo que por favor le devolviera a su hijo y a cambio me dio dinero. Sí, estaba pagando el rescate…. Cuando vi la cantidad, lo entendí: me pagaba la pizza. Acto seguido, tras el niño, le entregué la cena (¡maldita sea!, ¡olvidé la pajita!). Así que, a pesar de que decían no haberla pedido, se la quedaron.

……………………


Al llegar a la tienda me comentaron que había llamado el cliente. Pidió mil disculpas, sentía haber sido tan borde y si nos habíamos molestado, rogaba que le perdonáramos. Debió haber traspapelado algún folleto o algo así. Era la C / Pelopicopata, sí. Era el 2, sí. Era el 1ºC, sí. Pero no era Torrejón, era en San Sebastián.