lunes, 20 de octubre de 2008

SÍ DEBO

Gelou jenteziya:

Hoy toca hablar de lo tontos de capirote que somos cuando nos juntamos en manadas/piaras/rebaños/bancos/jaurías (táchese lo que no proceda, aunque en este caso procede todo). Si ya yendo solos damos un poquito de cosa/grima/mal fario/desaprensión, en conjunto es para ponernos a buen recaudo.

Por supuesto esto no va por ti, ni por mí. Son los demás, el resto del mundo. Qué suerte hemos tenido que no nos ha tocado, faltaría más. Es que hay cada uno suelto… cómo están las cabezas, la gente está cada día peor, yo no sé en qué estarán pensando.

Pues hete aquí que un sábado (siempre son los sábados, cualquier día comienzo un estudio, por qué los sábados, ¿es que los martes somos normales?, ¿qué ocurre los jueves que no nos pasa nada…?). Decía que érase otro sábado, éste veraniego (yo y mis inútiles recuerdos imperecederos) en el que he de llevar una pizza a un cliente (¿sí?, ¡no me digas!).

La dirección era un hotel conocido en mi pueblo (perdón, ciudad, que entre todos somos ya más de 100.000 almas… cuerpos, que desalmados han llegado muchos últimamente). Hasta aquí, todo más o menos normal. El hecho de ir a un hostal/hotel/posada/bar/restaurante (sí, restaurante) pizza en ristre y ataviado con ese siempre elegante chubasquero roído era augurio de algo, bueno o malo, pero augurio (al tiempo, ya daremos debida cuenta de ello). Así que allá que iba yo, al hotel de marras dispuesto a no sufrir mucho o al menos lo justo en estos casos.

Llego a la recepción donde había de preguntar por el nombre que habían dado. En condiciones normales el recepcionista malhumorado que tiene turno de fin de semana (si yo me hubiera malhumorado por cada turno de fin de semana se me hubiera quedado el rostro de Clint Eastwood para los restos) te informa de que has de subir a la habitación número tal o si no, llama a la habitación tal y baja el cliente cual (generalmente con unas pintas que ni en su casa se permitiría).

Pero, como se puede adivinar, si esto está aquí escrito es porque esta vez, no. No iba a ser tan cómodo. Esta vez no me limitaría a subir a una habitación donde dormí... donde compartían cama tres (dos más uno, el sexo del dos y del uno era variable; esta situación era más común de lo que uno puede llegar a imaginar). Esta vez tampoco bajaría nadie con un pijama de Bart Simpson y las pantuflas del Sporting de Gijón. No.

En ese pedido debía ir al Salón Michelangelo... ¿?¿?¿?¿?. Sí, esto fue lo que dije. Debió ser con acento tejano porque el recepcionista me preguntó qué había dicho (los recepcionistas sólo suelen saber inglés y francés, el tejano no lo dominan mucho. Lo repetí en santo cristiano y esta vez incluso yo me entendí: “¿Qué me estás contando?”.

Me estaba contando que debía entregar la pizza en una boda. Se habrían quedado cortos con el chuletón, quizá. Qué mejor que resarcirse con una pizza mediana para los 200 que podría haber allí dentro…

Como ya comenté, ingeniero no soy, y la vida está muy dura (ya estaba aquel sábado). Debido a que mi media naranja, la que me tiene encadenadito y me tiene frito con los pagos, y que según están las cosas es mejor no jugártela con los empleos, decidí no darme media vuelta. Mi media naranja nunca lo haría; de hecho, siempre tira para arriba, nunca retrocede. Concretamente ahora está en 5,345%. Así que por temor al EURIBOR (¿qué?, cada uno elige con quien quiere malgastar su existencia…) decidí echarle arrestos, coger al toro por los cuernos y enfrentarme a la granja que allí me esperaba, con sus becerritos, mulas, vacas, ovejas y perritos falderos.

Aún recuerdo perfectamente el momento de bajar las escaleras de camino al salón (sí, a los animales se les esconde todo lo posible): parecía esos concursantes que desaparecían tras una nube de polvos y despedidas de Bertín Osborne (¿polvos de Bertín Osborne?) y salían cual estrella mediática anhelada por todos los presentes. Pues sí, fue abrir la puerta y menuda ovación me llevé. Había llegado el monito de feria. Todos a jugar.

La risa que se oyó fue el mayor ejemplo de alienación humana jamás acontecida. Unas 300 personas que se descojonaron al unísono, con la misma fuerza, la misma intensidad, la misma duración y el mismo tono. Si fuésemos así en el noble acto de fornicar, los orgasmos simultáneos dejarían de ser exclusivos de Hollywood.

Seguro que a Chayanne le ha pasado así que no le preguntaré a él, pero ¿cuántos de vosotros os habéis visto en la tesitura de estar frente a un rebaño, todos mirándote, y todos esperando que digas algo?, ¿cuántos habéis estado en el centro de un huracán social en el que tienes que estar a la altura de las expectativas?. Hay que tenerlos muy puestos para no darte media vuelta o no aparentar que eres sordomudo. Los tuve puestos. Mi cielito, mi tocinito de cielo (por las nubes está hoy ya), mi tesorito (dados los precios), mi corazoncito (y mi riñón, ambos son suyos), mi media naranja (o toda entera), mi EURÍBOR me acompañaba.

Y el tío de la novia, el gracioso que hay en toda boda, también.

Ja-ja-ji-ji, risas mil al verme. Se cansan del descojone y parece que las fieras se apaciguan y una voz al fondo del salón (siempre al fondo) me dice que vaya para allá. Para allá voy. Y al llegar a aquel hombre, aparentemente normal, sin taras, resultó que no, que el tío (atención, no quiero que aquí nadie se muera de risa de la enorme gracia, la risión infinita que esto puede provocar) se rebela como un profundo subnormal de grado 8: que no, que él no la ha pedido… y jajajajajaja. (el resto de asnos le imitan en su rebuzno carcajadesco).

Qué risa, ¿eh, amigos? Cómo podrá haber tanta diversión en el mundo, yo no me lo explico. Qué afortunados somos de poder compartir el planeta con semejante genio del humor.

Si alguien ha visto la serie de dibujos Bola de Dragón, a Goku se le va poniendo el pelo amarillo según le tocan los cojones (en la serie lo maquillan, según triunfa el Mal, dicen. Ya). A mí me estaba empezando a clarear.

Todos somos iguales hasta que se demuestre lo contrario. Aquí no se demostró, todos somos iguales… en cuanto a retraso mental se refiere, con el matiz de que el grado de falta de riego varía de unos elementos a otros: la tontería del “ven aquí que la he pedido yo” la repitieron varios de los asistentes. Aquello parecía una trama perfectamente urdida para que el monito de feria saliese de allí humillado: me llamaban desde la otra punta del salón. Medio Camino de Santiago me hice en aquella boda.

El pelo se me puso rubia platino. Iba a haber un sorteo de tres hostias a mano abierta y el menos pensado se iba a llevar el premio gordo…

La otra mitad del Camino la hice siguiendo como un pardillo los dedos alzados de quien seguían solicitando la ya helada pizza (también me pasó en mi infancia motera; esto sucede hoy y sí, acabo en la trena, pero el pedido me lo ventilo en cinco minutos). Hasta que ya me tocaron los bemoles, esos que tuve para no hacerme el sordomudo y pegué un grito allí en medio, mirando al tendido: “Bueno, ¡¿quién ha pedido la pizza?!”.

En qué hora.

Era precisamente lo que quería la masa: espectáculo del bueno. Monito de feria disfrazado de monito de feria con ganas de dar un espectáculo de feria propio de un monito de feria. Las carcajadas se multiplicaron y la gente seguía pidiendo la pizza. Hay alguno que no se da cuenta que cuando se repiten 369 veces la misma gracia (y esto no era ni gracia, yo ya tenía el pelo rubio putón) pues a lo mejor pierde su efecto cómico. A lo mejor.

Una vez tuve el pelo albino Copito de Nieve, y viendo que me iba a pagar la pizza mi señora madre, decidí que de vacío yo no me volvía. Llevaba un cuarto de hora largo andando. De haberlo sabido me llevaba un pulsímetro y al menos así sabía cuántas calorías había quemado.

Los pobres novios habían vivido toda la escena en silencio, sin unirse a la fiesta. Me atrevería a decir incluso que tras las 3.000 primeras veces de hacerme recorrer el salón cual irrespetuosa gymkhana, empezaron a dejar de verle la gracia.

Así que, tras echar unos gemelos que ya le gustaría tener a Induráin, y viendo que aquel bucle tenía aspecto de ser infinito, decidí que si querían espectáculo, lo iban a tener. Alguien dijo una vez que tendemos irremisiblemente a hacer lo que se espera de nosotros (se comenta que Pocholo se escuda en ello para utilizar el nasal orificio como autopista de ambos sentidos). Pues el monito de feria iba a hacer de monito de feria.

Cogí una silla libre, me acerqué a la mesa de los novios, hice hueco entre novio y madrina y siempre con la más exquisita educación tomé asiento. Está demostrado que con un “con su permiso”, dos “disculpe” y tres “buenos días, señora” se puede llegar lejos, muy lejos. Hasta una mesa nupcial, por ejemplo.

Hice hueco, dejé la pizza en la mesa, junto a los entremeses y acto seguido, arremanguitis y a dar cuenta de los langostinos. La pizza salía por unos once euros, así que ésa era la cantidad de langostos que se iba a meter Rober entre pecho y espalda. Dado que en el Carrefour está el kilo a unos seis-siete euros, imagínese la audiencia el atracón que disfruté.

Yo avisé al novio lo que iba a tener lugar: un trueque alimenticio en toda regla, le pareciera bien o no. Tenía unos invitados que no merecían otra cosa. Y así fue, empacho del quince. Y los novios (majos donde los haya, espero que no se hayan divorciado ya) acabaron con la pizza más rápido que los comensales acabaron con mi paciencia. ¡Vaya dos bocas hambrientas había allí! (y no lo entiendo, porque madre del amor hermoso cómo estaba el marisco; así da gusto tener la gota).

Así que ahí, en ese momento, la plebe, el vulgo, tuvo su carnaza: un pizzero mosqueado comiéndose el primer plato del menú en la mesa de los novios mientras padrino y madrino le miraban con mala cara y peor pensamiento (he de comentar que el chubasquero emitía un olor digno de ser sometido a estudio; los jefes siempre decían que era por los grasas, mezcla de alimentos, humos del local…. Patrañas; el olor venía ya de serie y era para que viniese con una pinza para la nariz, también de serie).

Total, que la parejita acabó pidiéndome que me pusiera en medio de ellos, y los quince minutos de fama que todos tenemos según Warhol, en mi caso, fueron en un banquete de boda entre dos jovenzuelos que dejaron de ser protagonistas el día de su propia boda.
Me hicieron más fotos en aquellos minutos que en los 26 años anteriores de vida (algo comprensible, por otra parte, pero no estamos aquí para criticar defectos personales; para ello ya están la televisión viernes y sábados por la noche). Incluso la gente llamaba por el móvil para contar al resto del planeta, desgraciados ellos que no podían vivirlo, lo chistoso del acontecimiento.

Salí de allí con una ovación que José Tomás aún no ha vivido…



Ya lo decía mi madre: no somos nadie.

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