domingo, 14 de diciembre de 2008

DELGADITO, ELLAS NO QUIEREN TUS HUESOS...

Juventudes socialistas y nuevas generaciones peperas:

La vida es una inquietud y no, no somos nadie. Resulta que a veces en este camino que llamamos vida (no sé quién diría esto pero la ingesta de cigarritos de la risa del autor era de órdago) hay que bajarse los pantalones hasta los tobillos y encima sonreir mientas ves lo que te van a meter (no, miedo no es, efectivamente)....

A long, long time ago (érase que se era), nuestra pizzería, en un alarde de rigurosidad profesional, y siempre bajo unos criterios estrictos e inamovibles, y de acuerdo con la línea de principios y valores que han caracterizado a la empresa, contrató a un repartidor (llamémosle Eleuterio, para preservar el anonimato de tan insigne repartidor. Además no tengo ni pajolera idea de su nombre, lo olvidé hace ya unos años, concretamente al día siguiente de que le echaran).

Eleuterio era (seguirá siendo, esperemos) un chaval de unos 22-23 años, de 1,95m. de estatura y unos, tranquilamente, 160-180 kilos de peso. Un figurín, vamos. Es una de esas personas con las que te chocas y explotas, ni sufres. Además tenía anorexia, porque se miraba al espejo y se vería gordo. Que conste que no tengo nada en contra de los altos, de los jóvenes ni de los gordos, y mucho menos de nadie con cualquier tipo de combinación entre esas características, pero a ese muchacho no se le debería haber contratado en la vida. Por lógica pura:

  • La motocicleta no podía soportar el peso del escuchimizado.

  • La comida a la que tenía derecho cualquier trabajador era, en su caso, pizza y media familiar, la pila de patatas, un cerro de alitas de pollo y un camión de Coca-Cola (curiosísimo, el espabilado bebía Coca-Cola Light... -estaría preocupado por su físico, quizá. El resto también estábamos preocupados por su físico, fundamentalmente si venía hacia nosotros-).

  • No había ropa de su tamaño.

  • Infundía miedo a los clientes (y yo muy listo no seré pero tener acojonado a quien te da de comer, como técnica de marketing, no sé, le veo lagunas).

El caso es que este hombre, además de lo exterior, tenía un interior peculiar. Teorizo yo que será a que desde pequeño (si alguna vez lo fue) nadie tenía valor a decirle-hacerle-sugerirle-comentarle nada y de ahí que fuera siempre perdonando vidas (salvo si te chocabas contra él, ahí no perdonaba nada). Dada su forma de ser, los clientes se las tenían tiesas con él (pero poco, sólo hasta que te miraba mal, luego se olvidaba todo), y creó más de uno y más de tres líos a nuestro nunca bien ponderado establecimiento de comida sana, sanísima. El capítulo más morrocotudo fue aquel en el que se granjeó la enemistad de decenas (sí, decenas) de personas en algo más de media hora, personas éstas de toda índole, creencia, oficio, perversión sexual y profesión.

Era sábado (sí, eso, sábado) y estábamos en la hora de la comida. Los tres únicos repartidores éramos él y yo (si se suman los kilos totales ahí había tres repartidores). Eleute (yo era su amigo, podía llamarlo como quisiera) se va a entregar un pedido, sin más. Según volviera él, dadas las horas, comeríamos (ya estaban en el horno las toneladas de comida). El caso es que empieza a tardar más de la cuenta, pasa más tiempo de lo que podría considerarse normal y suena el teléfono. Era el cliente del pedido.

Una mujer alterada, indignada, fuera de sí, profiriendo gritos, insultos y amenazas varias. Cuando conseguimos calmarla nos relata el proceso del pedido. Paso a comentárselo a Ustedes, jóvenes:

  • Eleute sale de la pizzería, se salta un semáforo recién cambiado a rojo y le pesca la policía, que le sigue (acostumbraban estos agentes de la autoridad a meternos miedo cuando hacíamos algo así, pero en el fondo sabían que por el sueldo que teníamos, estábamos casi obligados a hacerlo. En estos casos, te mostrabas educado, reconocías tu error, prometías no volver a hacerlo y, aunque todos sabíamos la farsa que era, cumplíamos nuestro papel en la obra). Lumbreras Boy en lugar de detenerse, intenta huir (recordemos que las agónicas motos no podían con el peso, las ruedas se hundían en el asfalto y en bici -palabrita del niño Jesús- se iba más rápido) y los policías, tras varios intentos, consiguen detenerle (quizá alguno se bajara del coche de policía y yendo andando le parara, eso ya se me escapa). De este suceso nos enteramos por la multa que le pusieron, la cual se quedó pequeña para todos los cargos que le pusieron: infracción por saltarse un semáforo, falta de permiso de conducción, intento de huida, desacato a la autoridad, intento de agresión a un agente y amenazas al conjunto del cuerpo policial (éste solito podría con todos, eso seguro). La policía tiene delante a un tío más peligroso que el hijo de Antonio Anglés con el asesino de la baraja y le deja libre.... Eleuterio era para verlo, les entiendo a los agentes perfectamente.

  • Prosigue nuestro héroe su viaje y al llegar al cruce situado junto a la casa del cliente, en pleno cruce comienza a describir con la moto círculos, haciendo derrapes con la rueda trasera girando la moto sobre sí misma y él sobre ella. ¿Por qué lo hizo? A día de hoy nadie se lo explica, han encontrado más sentido a la mente de Jack el Destripador que a este espécimen. Sin motivo ninguno él supo que debía hacerlo, que estaba llamado a ello. Era el momento y el lugar.... el caos que se montó fue chico: vehículos de los cuatro sentidos de circulación esperando que al bandarra de la moto se le fuese la enajenación mental. Allí había esperando coches, motos, autobús urbano, camiones, etc. y cuando comenzaron a tocar el claxon (ay, pobres inocentes) fue cuando el cliente (bueno, y la calle entera) salieron a la ventana a ver qué pasaba. Pasaba un tío enorme haciendo el idiota. Cuanto más le increpaban, más feliz era él haciendo los trompos. Me consta que llamaron a la policía (aquello duró como un cuarto de hora) pero estoy convencido de que en el momento en que a los agentes se les dio la descripción, justo en ese momento, se acordaron de que tenían que patrullar en Los Monegros y contar los granos de arena.. . Qué mala suerte tuvieron que no pudieron ir a detener al chiquitín.

  • Cuando, siguiendo la misma lógica imperante, decidió que ya estaba bien de vueltas, se dirigió a la casa del cliente (recordemos que seguía disfrutando del espectáculo). Subió a su casa, le hizo entrega de la pizza (que, para colmo de males, era una pizza sólo de queso, con lo que, debido al vaivén esa pizza podía tomarse en formato yogur) y cuando la mujer le increpó acerca de lo que estaba haciendo, Lute la llamó de todo, la amenazó con hacerla comer la pizza de un bocado y le dijo que más la valía cerrar la boca, no fuera a ser que tuviese que entrar en la casa y hacerla callar... Y de remate agitó delante de ella la botella de dos litros de Coca-Cola que llevaba el pedido y la miró desafiante. Un crack. El pedido eran 1.875 ptas, ella le entregó 2.000 y él volvió a insultarla porque decía que 125 ptas. de propina era una mierda. Lo dicho. Un crack.Un crack.Un crack.Un crack.Un crack.Un crack.

  • Lute que se va y es en ese momento en el que la mujer llama a la tienda, y ahí nos relata que, primicia, en vivo y en directo, el chavalín está repitiendo el “capítulo derrapes” (para cualquier duda ver segundo epígrafe, que paso de copiar-pegar). Ahí es donde, cómo no, me toca ir a partirme el cobre (no sé si con ella o con él) y claro, poner el culo y pedir perdón. Fui a casa del cliente con una botella nueva de Coca-Cola y las 125 ptas. de propina (que, por cierto, para el año 1.999 era una propina muy a tener en cuenta).

  • En mi viaje hacia la casa, me detiene la policía y la presunción de inocencia quizá la empleen con su madre porque a mí, sin preguntar ni dejarme explicar nada, me querían llevar detenido. Hasta que no les dije que yo también le tenía ganas a mi compañero, no empezaron a sopesar la posibilidad de que, a lo mejor, qué cosas, había más de un repartidor en una misma tienda (pienso mirar qué requisitos piden para ser policía, me veo capaz). Tras convencer a los policías de que me dejaran seguir, al llegar al cruce de las calles, casi es peor el remedio que la enfermedad. La sílfide había ya dejado de hacer el imbécil y se había ido pero su recuerdo se mantenía allí. Como quiera que de altura éramos más o menos, y que con casco todos somos igual de bellos, la gente allí me tomó por él. Los insultos no me afectaban (de hecho , un buen insulto estando atado con unas esposas a una cama en la que....), no me afectaban, decía, pero no sé, quizá yo haya salido un poquito sensible, pero las pedradas que me tiraban algo sí que me molestaban, la verdad. No sabía que había hecho aquel desgraciado, pero la gente allí aún arremolinada (habría acabado de marcharse) me llamó de todo, de tiró cosas y hasta hubo quien me persiguió corriendo con la intención de tirarme de la moto.

  • Llegué a la casa, pedí perdón de mil maneras distintas y la mujer entendió que los genes recesivos no tienen por qué ser comunes a todos los compañeros de un mismo trabajo. Así que le pusimos un poco a parir, nos compadecimos de él y me fui. Al bajar al portal pude comprobar que en España si queremos hacer algo, la pereza no nos impide nada. Mi moto, amén de estar tirada en el suelo y con la rueda trasera pinchada, tenía pintadas con graffitti diciendo no sé qué de mi madre (no me acuerdo). ¡Qué poco tiempo había hecho falta para conseguir material vandálico!. Si es que si nos ponemos, nos ponemos.

  • En viaje de vuelta a la tienda lo hice por las calles que supuse que él habría tomado, para ver si así podía dar con él antes de llegar a la tienda, donde estaba la jefa. Craso error. Una mente como ésta funciona al revés (o no funciona). Llegué a la tienda y allí no había rastro de él, así que volví a las calles (qué mal suena) a por él.

  • Como en las películas. Lo mismo. Se sabía por dónde había estado por el destrozo que había hecho. ¿Atila? Un pringao al lado de éste. En un parque se había cargado dos árboles (recién plantados, de estos finitos; tampoco nos flipemos), había cubos de basura volcados, cartones en medio de la carretera... y sobre todo, miradas asesinas a mi paso. Como pista, era infalible. Así que pude dar con él, en la lejanía. Se cruzó la Plaza Mayor del pueblo, de cabo a rabo, varias veces mientras iba pitando para no matar a los pobres abuelos (por cierto, la densidad de población de tercera edad en las plazas mayores asusta, es algo que tendremos que someter a estudio en breve). En la plaza está también la sede de la policía que le vio cruzarse de una punta a otra. ¿Qué hicieron? Yo, que llegué a los pocos segundos, y que no crucé la plaza, si no que esperé en una de las calles, fui detenido. Ver para creer. El loco de la colina acababa de reírse de ellos y había desaparecido por la otra punta de la plaza y yo, esperando y sin hacer nada, era el detenido. Creían que era yo (debe ser que tengo el don de la ubicuidad y no lo sé). Estos policías no eran los otros que me detuvieron, lo cual confirma mi duda: ¿Qué les pedirán para entrar?, ¿10 euros?. Ahora mismo miraré los requisitos (si los hubiera) para ser politronchi.

  • Por fin coincidimos en la tienda, jefa, Rober y Croqueta Man. Qué curiosas son estas situaciones; es tan surrealista que no sabes ni qué preguntar primero. Recuerdo que la jefa sólo pudo decirle que si él tenía algo que decirnos y su respuesta fue para ponerla en la lápida: “Voy al servicio y comemos”. Lo dicho. Un crack.

Al día siguiente, el jefazo le dijo a Eleuterio que estaba despedido. Él lo flipaba, no sabía que había hecho mal. Se puso a llorar como un niño pequeño. Entre sollozos nos dijo que la vida le había tratado muy mal, que había tenido una mala suerte horrible, que no sabía por qué le pasaban esas cosas.... Luego vino la fase violenta. Se lió a golpear cualquier cosa que hubiera dentro de la tienda, a tirar las sillas y mesas contra la pared, a golpearse la cabeza,etc. y todo ello mientras maldecía su mal fario y que quería morirse y lindezas similares.

La investigación sigue abierta. Cuando alguien sepa cómo tenía este chaval estructurada la sesera, será el mayor avance científico del siglo.


No hay comentarios: